Pais:   Chile
Región:   Metropolitana de Santiago
Fecha:   2019-05-10
Tipo:   Suplemento
Página(s):   6-7-8-9-10
Sección:   Suplemento
Centimetraje:   30x111

Pie de Imagen
-A la izquierda, Giovanna González con su hija Antonella. Ambas viven en el pabellón en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín, hasta que la niña cumpla dos años y tengan que separarse. A la derecha, Camila Navarro, interna en el mismo centro, le prepara tortas y dobladitas con queso a su hijo Joan, de siete años, para cada visita.

-Jennifer Sepúlveda y su pareja tuvieron a su hijo Vicente a los 15 años. Tras asaltar una bomba de bencina, y por tener antecedentes previos, la condenaron a ocho años de prisión.

-Ann Peña y su hijo Cristóbal (2), quien nació cinco años después de que ella recuperara su libertad.
La Segunda - Viernes
SER MAMÁ EN LA CÁRCEL
En Chile sólo el 8,3% de la población penitenciaria está compuesta por mujeres. Esa condición minoritaria es la causa de los escasos programas de reinserción para ellas, y es en el ámbito de la maternidad donde esta exclusión se hace más patente. A pesar de que más del 90 por ciento declara ser madre, no existe ningún programa diseñado para preservar el vínculo con sus hijos. Este lazo, según muestra un reciente estudio realizado por el Instituto de Sociología de la UC, es uno de los factores más potentes para que las mujeres logren una rehabilitación exitosa, y al mismo tiempo uno de los temas que más las estresa al salir en libertad. ¿Cómo se vive la maternidad en prisión? ¿Qué posibilidad tienen de ejercer este rol o de recomponerlo cuando salen en libertad? Cuatro mujeres, cada una con un escenario judicial distinto, cuentan su experiencia.
GIOVANNA GONZÁLEZ (41)

"Recibí mi condena cuando estaba en el hospital, recién había nacido mi hija Antonella. Llegamos a la cárcel el 21 de diciembre de 2017; ella tenía tres días de vida. Yo venía súper mal, apenas me podía mover. Lloré todo el camino porque no sabía dónde iba a llegar. Nunca había estado presa, no sabía cómo era este lugar porque uno se imagina la cárcel como la ves en la tele. Pero es súper diferente a todo lo que pensé. El papá de la Antonella también está preso. Caímos los dos por robo con violencia Se supone que nos robamos una pesa digital, pero en realidad fue una riña Cuando vi que los carabineros se llevaban a mi marido me tiré a defenderlo y ahí la embarré, porque me agarraron a mí también. Él estuvo un tiempo preso en San Miguel y yo con arresto domiciliario. En una de esas visitas quedé embarazada Luego nos condenaron; él a seis años porque tenía cosas previas y a mf a cinco. Mi hija y yo ya llevamos 16 meses aquí. La Antonella es muy mamona; hasta el día de hoy no conoce la calle. Sólo me conoce a mí y nada más que a mí, por eso somos bien apegadas.

Aquí ella está bien, no le falta nada. Nos levantamos todos los días a las ocho de la mañana y después de la cuenta la voy a dejar al Jardín que está aquí mismo. Como estamos en el mismo patio separadas por una reja la veo cuando sale al recreo. En las noches dormimos juntas. Regaloneamos mucho, tengo que aprovecharla porque el mismo día que cumpla dos años se tiene que ir. He visto cuando eso pasa y es horrible; las mamás quedan llorando. En mi caso tengo suerte, se va a ir con su abuela paterna y una tía. con el compromiso que me la traigan al menos una vez a la semana. No quiero que llegue ese momento, no estoy preparada; me da mucha pena porque la voy a extrañar mucho.

También me da miedo, porque pasaré a los otros patios y ahí las cosas no son como aquí, que no podemos pelear ni tener problemas por los niños. He escuchado que allá pelean, que hay drogas, me da miedo retroceder todo lo que he avanzado. Pero no me puedo caer. Mi plan era irme con la Antonella en octubre. Ahí cumplía la mitad de mi condena y podía tener salida condicional, pero me pillaron un teléfono y eso me perjudicó la buena conducta. No voy a poder hasta abril del próximo año. El teléfono lo tenia para hablar con mis otros hijos; tengo tres hombres de 24, 17, 15 y una niña de ocho, todos viven en Melipilla, yo soy de allá. El grande tiene su vida hecha e incluso ya soy abuela, pero los otros dos viven con mi abuelo, que me crió, y la niña quedó con una tía. Hablamos todos los días por el teléfono público. A la niña no la veo desde que llegué porque no la dejan venir. Ami tía no le gusta; no sé qué le habrán dicho de dónde estoy. Los otros dos sí saben, pero no les dan permiso. Vinieron escondidos para Navidad, también vino el más grande. Estaba súper contenta porque no los veía desde que llegué aquí. Me decían: mamá, queremos que te vengas luego, nos haces falta, te echamos de menos. Cuando salga quiero irme a vivir con mi suegra y llevarme al de 15, a la niña y estar con la Antonella; el de 17 vive con mi abuelo y es súper apegado a él, no lo voy a sacar a la fuerza si está bien ahí.

Él es el que más me recrimina. Me dice que estoy aquí porque me lo busqué y tiene razón, por lo mismo tampoco los obligo a que me visiten. Los otros me dicen que les da miedo que salga; no quieren que vuelva a lo mismo. Es porque el último tiempo estuve muy metida en la droga, pero aquí dejé de consumir. Fue más fácil de lo que pensé. La Antonella es la que me ha dado fuerzas para salir adelante. Con ella aprendí a hacer todo porque con mis otros hijos recibía ayuda de mi abuela Ahora me doy cuenta que me perdí de muchas cosas, pero quiero salir y demostrarle a la gente y sobre todo a mis hijos que sí puedo lograrlo. Ser mamá es lo más lindo que hay".

Giouanna tiene cinco hijos. En siete meses deberá separarse de la más pequeña, Antonella, que cumplirá dos años. Ese mismo día, o quizás al siguiente, Giouanna será trasladada desde ese pabellón a un sector normal del Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín, 9 la niña se irá con su abuela paterna. Si ella no tuviera un familiar dispuesto a dudarla, Antonella pasaría directamente al Sename.

CAMILA NAVARRO (28)

loan tiene siete años. Caí presa cuando él tenía cinco. Siempre fui una mamá presente, lo pasábamos muy bien juntos. Vivíamos solos porque me separé de su papá, era muy violento y después desapareció. Yo lo iba a dejar todas las mañanas al jardín y luego lo iba a buscar en las tardes. Trabajaba como técnico en enfermería en un hospital. Durante mucho tiempo me guardé muchas cosas, hasta que caí en una depresión. Comencé a consumir drogas, a estar en la calle y dejé de trabajar. Ya no era parte del día a día de mi hijo. Mi mamá, intentando ayudarme, puso una medida de protección. Para mí fue peor, me rebelé y más encima por la orden de alejamiento no podía ver a Joan.

Estaba con todo eso cuando con unos cabros nos metimos a una casa, todos drogados y empastillados. Nos pillaron y como no tenía antecedentes pensaba que me iban a dejar libre, pero quedé con prisión preventiva en San Miguel. Me quería morir, mi educación era diferente, en mis papás nunca vi violencia ni alcoholismo, nadie de mi familia es delincuente, mis hermanos se portaban bien y yo estaba ahí. Me condenaron a cinco años por robo con violencia e intimidación y me trajeron a San Joaquín. Aunque suene raro, cuando caí presa las cosas se fueron solucionando. Empecé a trabajar, a buscar oportunidades para capacitarme, a ver habilidades que no sabía que tenía, como la repostería. La teniente a cargo del CET (Centro de Estudio y Trabajo) me dio la oportunidad y por mi voluntad dejé el consumo. Aquí es mucho más fácil adquirir droga, más que en la calle, pero dije no más, perdí demasiado tiempo de mi vida Me propuse luchar por mi hijo. Volver a verlo. Por mi comportamiento, y porque yo era la mamá y el papá de Joan, la asistente social me ayudó para que por tribunales me dieran una visita autorizada, a pesar de la orden de alejamiento. Conseguí la primera en mayo del año pasado, después de casi un año sin verlo. Fue un día de semana, en una sala especial del área técnica, bien protegido, con mi mamá y dos asistentes.

Cuando lo vi me quería morir ¡Estaba tan grande! Le tenía una pelota, regalos, le hice una tortita, le tenía muchas cosas y él no creía que yo había aprendido a hacer todo eso. En un principio él tenía un leve rechazo al lugar, tenía mucha pena. Sabía que era una cárcel porque me hablaba de los guardianes, no de los carabineros. Cuando me preguntó por qué estaba ahí, decidí decirle la verdad: que la mamá había cometido un error, que le había robado a una persona y que me habían castigado un tiempo aquí trabajando, pero que este no era un lugar malo, que aquí aprendía muchas cosas. Él entendió y después de ese día cada vez tenía más ganas de verme. Fueron tres visitas así antes de que me quitaran el alejamiento. El informe del tribunal fue muy bueno; decía que yo no era un peligro para mi hijo, que él no me rechazaba y que teníamos un vínculo muy fuerte. Él me reconoce a mí como su mamá. Logré libre acceso para verlo y mi mamá tenía la obligación de traérmelo, por lo menos cada 15 días.

Se pone tan contento cuando me ve, me dice ¡mamá!, me abraza Siempre le tengo dobladitas con queso, tartaletas, le compro lápices. Jugamos aunque sea chuteando una botella Igual hay cosas que me quiebran. La otra vez me dijo: :,cuándo vas a dejar de trabajar aquí? Quiero que me vayas a buscar al colegio. Tengo que disimular y no llorar delante de él. Le dije pero para qué me voy a ir todavía, si tengo que ganar más plata; así después nos vamos a otro lado. Ahí él se entusiasma. Este domingo va a venir. Como estuvo de cumpleaños le tendré una torta y unos regalitos. Con la plata que gano aquí, que son 300 mil pesos, me dan 96 mil a mí, 45 mil se van a la libreta de ahorro y todo el resto es para él. Les doy plata para la bencina a mis papás para que lo traigan. Ahora estoy haciendo una capacitación en cosmética integral y en septiembre, cuando termine, tengo la posibilidad de hacer el CET abierto y podría ir a mi casa por el día. Después de seis meses podría quedarme a dormir afuera. Tengo hartos planes para cuando salga. Quiero vivir con mis papás porque también mejoré como hija, los valoro más. Antes me daba lata irme de vacaciones con ellos; ahora es lo que más quiero. Pretendo emprender en algo relacionado a lo que he aprendido y en todo lo tengo incluido a Joan. Él dice que vamos a hacer berlines y vamos a venderlos. En todo quiere estar conmigo, le hago mucha falta Yo soy todo para él y él es todo para mí".

Camila estuuo un año sin poder ver a Joan, su hijo de siete, por una orden de alejamiento que interpuso su mamá -la abuela del niño-, preocupada por su consumo de drogas. Poco después, cometió robo con violencia y fue condenada a cinco años de prisión. Camila asegura que las ganas de recuperar a su hijo la alejaron de las drogas y la alentaron a aprender un nuevo oficio. Según la teniente Segundo Marilyn Martínez, encargada del CET, Camila es una reclusa ejemplar, con buenas posibilidades de reinsertarse cuando deje el penal.

JENNIFER SEPÚLVEDA (28)

Fui mamá súper joven. Con Gonzalo nos conocíamos desde chicos y tuvimos a Vicente a los 15 años. Yo vivía con mi mamá y mis tres hermanos. De chica siempre me tocó difícil. Mi papá estuvo preso 15 años y mi mamá trabajaba. Yo no tuve espacio de jugar, de ser niña. De adolescente era bien porfiada.;me gustaba el carrete y mi mamá me retaba. Yo sufría, porque me iban a buscar mis amigas y no podía salir. Mi mamá me decía que si dejaba al niño durmie

ndo me daba permiso, así que cuando no lo lograba lo dejaba con la tele prendida y me iba Mi prioridad era el carrete. Pasó el tiempo y yo era buena para la bohemia, siempre estaba empastillada. Con un grupo de amigos asaltamos una bomba de bencina. Nos pillaron y quedé con prisión preventiva en San Miguel. De verdad pensaba que no me Iba a quedar ahí. Cuando me detuvieron pasaron dos días y todavía no aterrizaba. No tenía idea dónde estaba ni por qué. Más o menos al año me condenaron. Me acuerdo perfecto de ese día. Pegaron el martillazo, una gendarme me tomó del brazo y me sacó de la sala. Iba caminando en blanco. Me encerraron en un calabozo y pensaba ,Cinco años!, ¿quién va a cuidar al Vicente?, ¿quién lo va a llevar al colegio?: Unos días después me llamaron de nuevo a tribunales: me dieron tres años más porque tenía antecedentes de cuando era más chica. Ocho años en total. Tenía recién 20. Dejé a mi hijo con cinco años. Él no entendía nada, tampoco me lo llevaban mucho. El ambiente no es lindo y a veces hasta revisan a los niños en la entrada; eso les afecta psicológicamente. Las primeras veces se iba llorando, ya después como que me miraba para atrás mientras caminaba. A veces me preguntaba cuándo me iba a venir; otra vez se quería ir conmigo a las piezas. Yo quedaba destruida, me afectaba mucho, para sus cumpleaños no existía Después cada vez lo llevaron menos, se fue debilitando nuestro lazo y yo tampoco exigía tanto porque al final estaba ahí por mis condoros.

Preferiría mil veces tener contacto con él por teléfono porque era más sano, así que lo llamaba harto. Mi familia tampoco iba a verme muy seguido. No tenían plata ni cosas para llevarme, pero con mi mamá y mi suegra me comunicaba por teléfono. Vicente vivió un tiempo con mi mamá y luego, cuando mi suegra y Gonzalo sacaron un departamento de vivienda social, se fueron a vivir los tres juntos. Un día una señora sabia me vio que yo andaba mal y me dio un consejo muy bueno: que me sacara el chip de allá afuera y me pusiera el de ahí adentro para enfocarme, terminar la escuela y buscar trabajo. Le hice caso y me motivé. Hice talleres, estuve en Infocap, pasé un tiempo en la Central de Alimentos y me fui a la sección laboral. Conseguí un curso en Minka, un emprendimiento de accesorios y cintillos para mujer que después se venden afuera, y aprendí a usar una máquina de coser. Hice un montón de cosas para ocupar mi mente al cien y no estar en el patio. Tomar conciencia de todo lo que me estaba perdiendo de Vicente me hizo madurar.

La noche antes de salir en libertad. cuando quedaban como diez minutos para la medianoche, la gendarme sacó el candado, un sonido que nunca más quiero escuchar en mi vida, y me dijo que estaba libre. Tenía ganas de vomitar. En la calle me estaban esperando mi mamá, mi hijo, mi padrino y su señora. Nos abrazamos, yo lloraba de pura pena. Mi mamá me preguntó qué quería hacer y le dije que quería Ir a acostarme a mi camita. Esa noche volví a dormir con mi hijo. El mundo real es difícil. Tienes que tener las cosas para el colegio, para comida, vestimenta y no tienes recursos porque no tienes trabajo. Es un círculo vicioso y el Estado no hace esfuerzos reales por la reinserción, menos de las mujeres. Uno quiere progresar como familia pero es difícil y muchos vuelven a delinquir porque se ven acorralados. Algunas veces he pensado cuánto más fácil sería ir a un supermercado y sacar lo que necesito para la semana, pero toqué fondo y no quiero volver nunca más ahí. Ahora quiero ser parte de los chilenos esforzados, los que se sacan la cresta para llegar a fin de mes.

Cuando salí de la cárcel participé en el programa de la Fundación San Carlos de Maipo. Ahí me gané una máquina de coser y con ella hago algunas peguitas para Minka, porque sigo trabajando con ellos. En ese programa tuve la oportunidad de tener una coach motivacional. Un día preguntó cuál era el viaje más largo que habíamos tenido, y el mío era la cárcel. Fue increíble, pero vi muchas cosas de otro modo. Cuando salí, Gonzalo me estaba esperando y retomamos nuestra relación. Para mí fue una sorpresa porque no podía amarrarlo, él era libre de rehacer su vida. Tuvimos un final feliz, pero ha sido difícil volver a ganarme la confianza de Vicente.

Recién llevo un año y vamos avanzando, pero me ha costado. Él es muy piola, medio ermitaño, como que no se da mucho. Cuando chico era más extrovertido, quizás ahora es así porque está creciendo, pero a veces anda rebelde y es como si no escuchara. Está todo el día en el teléfono, se encierra en su pieza. Yo igual entiendo que para él fue difícil, pero no quiero que se me salga de las manos. Le pongo horarios, pero a veces habla con las abuelas y lo consienten, así que también les dije que no me desautoricen porque ahora me tiene que ver a mí como autoridad. Le digo que yo soy su mamá, pero en esto también estoy trabajando porque no va a ser de la noche a la mañana. Lo regaloneo con cosas que sé que le gustan, por eso le tengo comida rica cuando llega del colegio, y le encanta. Este fue el primer año que pude acompañarlo a su primer día de clases y él estaba tan orgulloso, con su mochila y un poco más alto que yo. También será nuestro primer Día de la Madre juntos en mucho tiempo. Esos son los momentos que yo no transo por nada del mundo. Jennifer está en libertad desde agosto del año pasado tras ocho años en prisión. Durante todo ese tiempo, las visitas de sus familiares y su hijo Vicente, que hoy tiene 12 años, se fueron haciendo cada vez menos frecuentes. Hoy, volvió a vivir con Vicente y su padre, Gonzalo; e Intenta recomponer el vínculo con su hijo al mismo tiempo que busca alternativas para ganarse la vida sin volver a delinquir.

ANN PEÑA (31)

Estuve un año y medio presa por tráfico de drogas. Yo era la encargada de traer coca desde Perú y Bolivia, para entregarla en Santiago. Quería ganar plata para pagar mi carrera y al poco tiempo empecé a ganar y a gastar mucho. En ese entonces también estudiaba para ser educadora de párvulos. Me encantaban los niños, pero me faltaron dos años para terminar. En 2011 se terminó todo. Me entregué voluntariamente después de uno de los viajes; ahí supe que hasta tenía el teléfono intervenido. Me condenaron por asociación ilícita, porte ilegal de armas, lavado de dinero, tráfico y narcotráfico.

Quizás está mal que lo diga, pero no lo pasé mal en la cárcel. Estuve presa en San Joaquín y en San Miguel. No tenía ninguna responsabilidad, no pagaba luz, ni agua y comíamos súper bien porque en los días de visitas llegaban cosas ricas. Para mí era como un reality. Mi comportamiento no era el mejor. Hay que agarrarse a combos para que te respeten porque si no, te pasan a llevar. En ese entonces tampoco tenía hijos, pero sí veía cómo quedaban las otras mamás cuando iban sus niños. Era tome que los revisaran; encontraba malo que los niños vieran todo el rato violencia. Porque ver a un gendarme con una metralleta es violento. Pero también había mujeres que utilizaban a sus hijos para entrar celulares o droga Ahí se armaban peleas, las mamás que sufrían se ponían furiosas, les recriminaban por utilizar así a sus hijos. Mi papá y mi mamá fueron a todas las visitas.

No me perdono haberlos hecho pasar por eso. Recién cuando estuve presa se enteraron de lo que yo hacía. Les pedí disculpas y traté de bajar el tema. Me decían que acusara a los que me habían metido en esto, pero yo tenía súper claro que si lo hacía sería mucho peor. Nunca delaté a nadie. Salí a los 18 meses y me condenaron a firmar mensualmente por cinco años y al pago de una UTM por 30 meses. Cuando salí, en 2013, vino la pesadilla. Era muy difícil encontrar trabajo y siempre me pedían el papel de antecedentes. Yo inventaba cualquier cosa para no mostrarlo. Hice aseo en el mall, trabajé en una panadería, conocí todas las fundaciones posibles de reinserción y también busqué pega por mi parte. Conseguí una como vendedora en una tienda de ortopedia. Estuve dos años y me iba muy bien, pero un día llegó una de las chiquillas que estuvo presa conmigo y me dijo. ¡Ann, yo sabía que tú no eral pa la cárcel!. Ese mismo día me despidieron. En 2016 quedé embarazada. El nacimiento de Cristóbal fue fundamental en mi cambio. Me di cuenta de que no me puedo volver a equivocar, y mucho menos volver a caer presa Un día estaba esperando la micro y llegó un carabinero a hacer un control.

En la fila había un cabro que no tenía la Bip y que además tenía antecedentes, así que se lo llevó detenido. En ese entonces Cristóbal tenía como ocho meses, y la posibilidad de irme presa me aterró porque tengo que tener comportamiento intachable para mantener mi libertad. Ya había firmado los cinco años, y recién un año después me llegó el papel de término de esa condena. Ahí supe que había una forma de limpiar mis papeles: me mandaron al tribunal y me dijeron que debía 30 UTM más si quería mis papeles limpios. No tenía cómo pagar, y la jueza me dijo que si no tenía plata entonces pagaba con cárcel. ¡Ahí casi me morí! ¿Cómo me iba a ir presa, qué pasaría con el Cristóbal?

Estaba tan enojada, sentía que por más que yo quisiera dejar todo atrás, siempre había un obstáculo. Después de varias gestiones, quedé seis meses con trabajo comunitario. Tuve que dejar una pega que conseguí en un call center para ir dos veces a la semana a hacer aseo y ayudar a cuidar a las viejitas en el Hogar de Cristo. Ahora mis papeles están limpios, pero tengo firma mensual por dos años más y sigo sin trabajo. Vivo con mi papá y el Cristóbal, y subsistimos haciendo cualquier cosa: vendemos huevos y frutos secos en la feria, hago pan, aseo, lo que salga. No hay reinserción que considere la maternidad, pero tú te vuelves leona con tu crío y tienes que buscar la manera de salir adelante. Gracias a la ONG Andalién pude tener acceso a una coach que hacía charlas motivacionales y reforzamiento psicológico, en un proyecto financiado por la Fundación San Carlos de Maipo.

Noté un cambio en mf, ahora creo que no tengo por qué estar escondida ni mintiendo: estuve presa, la cagué, sé que traficar droga es malo y que con mi experiencia puedo ayudar a mucha gente. Cristóbal es lo más importante de mi vida y lo que me da fuerzas todos los días para seguir. Para cuando cumplió dos años le regalaron una pistola y yo la devolví porque para mf eso no es un juguete. Quiero que él crezca con valores, con sus amigos. sin violencia. Gracias a él veo las cosas de otro modo; en mi vida siempre he hecho lo que he querido, pero ahora hago lo que amo. Viví con mucha plata y no amaba nada, si algo se quebraba no me importaba, compraba otra y ya. La llegada de Cristóbal hace ese cambio, el del respeto, de los límites. Él me ha enseñado a amarme a mí misma. Ann Peña estuvo presa hace siete años, mientras se investigaba su participación en una red de narcotráfico. En ese entonces no era madre. Dice no tiene un recuerdo traumático de la cárcel y que lo peor vino cuando salió en libertad, porque le ha sido muy difícil reinsertarse. Hace dos años nació su hijo Cristóbal. Dice que él es el principal Impulso para salir adelante y no volver a la delinquir.

Recuadro
>>LA DEUDA DEL ESTADO

Chile es uno de los países de la OCDE con la mayor tasa de personas encarceladas: 266 por cada 100 mil habitantes. La población penal actual es de 50.021 reclusos, 45.868 hombres y 4.153 mujeres. Según Gendarmería, más del 90% por ciento declara ser madre. ¿Esta baja proporción femenina, que sólo alcanza el 8,3 por ciento del total, es un obstáculo para su proceso de reinserción una vez en libertad? "Al ser mucho menor el porcentaje, quedan rezagadas", dice Catalina Droppelmann, investigadora del Centro de Estudios Justicia y Sociedad de la Universidad Católica. "Lo que se tiende a hacer es una adaptación menor de los programas diseñados para hombres para aplicarlos en mujeres, cuando lo que se necesita es un enfoque de género, considerando sus necesidades específicas, que son distintas a las de los hombres". En este contexto, la Fundación San Carlos de Maipo creó en 2016 el programa Redes de Apoyo para la Inserción Femenina (RAIF), enfocado en ex reclusas sin consumo problemático de drogas. En su modalidad piloto, han participaron 15 mujeres en 2017 y 2018, y 30 en 2019.

"El sistema de reinserción es hombre-céntrico" dice Raúl Perry, jefe de programas de esta fundación. "En el caso femenino debe abarcar su re vinculación con los actores claves de su ecosistema — su familia y sus hijos — , y también al Estado para que accedan a beneficios. Y finalmente generar recursos con un trabajo legal", dice. En 2017, las fundaciones San Carlos de Maipo y Colunga, junto al Programa de Estudios Sociales del Delito del Instituto de Sociología de la UC, realizaron el estudio Reinserción, desistimiento y reincidencia en mujeres privadas de libertad en Chile, con 225 mujeres que egresaron del Centro Penitenciario Femenino de Santiago y del Centro de Estudio y Trabajo Talita Kum. Los resultados evidenciaron las carencias del sistema actual: A los 12 meses de salir en libertad, un 83.8 por ciento cree que es importante encontrar trabajo para su proceso de reinserción, pero un 31 dice tener mucha dificultad para lograrlo y un 29 señala lo mismo para obtener dinero y mantenerse. Sólo un tercio declara haber vivido en un solo lugar en los últimos 12 meses y un 13 por ciento declara en cuatro o más lugares. Un 40 por ciento presenta consumo problemático de drogas, porcentaje similar al momento de salir de la cárcel, y un 47 declara haber vuelto a delinquir. El 89 por ciento es madre y el 87 de menores de edad, pero sólo la mitad volvió a vivir con ellos una vez en libertad.

"No hay una oferta específica para trabajar el vínculo de las madres con sus hijos, y debiese existir porque un gran porcentaje manifiesta que reconstruir esa relación es una de sus mayores preocupaciones y lo que más las estresa al salir", dice Droppelmann. Desde el ministerio de Justicia señalan existen cuatro programas enfocados en la población penal femenina y masculina con hijos de hasta 12 años: Abriendo Caminos, a cargo del ministerio de Desarrollo Social y enfocado en niños con padre o madre recluidos; Rehaciendo vínculos, a cargo del Arzobispado y en el cual se hace una actividad parental al mes, y Conozca a su hijo, un programa materno filial en el desarrollo de habilidades parentales.

Creciendo Juntos, a cargo de Gendarmería, permite que los niños de hasta dos años pueden vivir en los establecimientos penitenciarios junto a sus madres. Hasta fines de 2018, 117 niños y niñas permanecían al interior de los Centros Penitenciarios Femeninos del pais, donde también había 60 mujeres embarazadas. Desde la Subsecretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, anuncian que este mes se convocará una mesa de trabajo intersectorial, para hacer un diagnóstico y diseñar una política pública que responda a estos problemas. "Creemos necesario dar un nuevo impulso desde el Estado para resguardar la maternidad y los primeros años de vida de los niños", dice la subsecretaria Lorena Recabarren. Sobre el trabajo de la mesa, señala que la idea es hacerlo en un plazo corto. "Abordaremos todas las dimensiones que se cruzan en esta problemática, con un enfoque en derechos humanos y especialmente considerando el interés superior de los niños y niñas", concluye la autoridad.

>>"Ha sido difícil volver a ganarme la confianza de Vicente. Recién llevo un arlo y medio y vamos avanzando. A veces anda rebelde y es como si no me escuchara. Yo entiendo que para él también fue difícil, pero no quiero que se me salga de las manos", dice Jennifer.
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Por Natalia Ramos Rojas Fotos: Pablo Izquierdo Ilustración de portada: Franco Nieri B.-