Pais: Chile
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Región: Metropolitana de Santiago
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Fecha: 2019-04-28
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Tipo: Prensa Escrita
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Página(s): E10
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Sección: ARTES Y LETRAS
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Centimetraje: 52x26
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Pie de Imagen
-Bolas de plasma, el viernes, durante el montaje.
-Un Tesla de neón recibirá a los visitantes.
Exposición Desde el 2 de mayo en el GAM:
Nikola Tesla un genio eléctrico y de novela
Organizada por la Cámara Chilena de la Construcción, gracias a la Ley de Donaciones Culturales, la muestra "Nikola Tesla. El futuro me pertenece" es una oportunidad para conocer al hombre que llevó la electricidad a nuestros hogares y que se ha convertido en personaje de autores como Echenoz, Auster y Pynchon.
El ser humano terminó de convertirse en Dios o de robarles el fuego a los dioses cuando logró hacer y transportar la luz, a fines del siglo XIX y principios del XX. El milagro se lo debemos, en gran parte, al ingeniero serbio-estadounidense Nikola Tesla (1856-1943). "Imagínense sentados en una espaciosa nave bien iluminada, repleta de extraños artefactos. Un hombre joven, alto y delgado, se les acerca y, con un simple chasquido de los dedos, crea al instante una bola que emite una llama roja y la sostiene tranquilamente en las manos. Al contemplarla, lo primero que les llama la atención es que no se queme los dedos. Al contrario: se la pasa por la ropa, por el pelo, la deposita incluso en el regazo de las visitas, hasta que, por fin, guarda la bola de fuego en una caja de madera. Más se sorprenderán cuando observen que no hay ni rastro de chamusquina, y tendrán que frotarse los ojos para convencerse de que están despiertos".
Así relató el periodista inglés Chauncey McGovern, en 1899, su visita al laboratorio de Tesla, ubicado en Nueva York. El encuentro lo recuerda la autora estadounidense Margaret Cheney en la biografía "Nikola Tesla. El genio al que le robaron la luz" (Turner Norma, distribuye Océano, $37.880). El sitio era un lugar de fantasía, salvo que lo que ahí pasaba era real. Además de McGovern, estaban el escritor Mark Twain, amigo de Tesla, y el actor Joseph Jefferson. "Ahora, amigos míos -les dijo Tesla a sus visitas-, permítanme que les proporcione un poco de luz", y una "extraña y maravillosa luz inundó el laboratorio", solo que, para sorpresa de los visitantes, no había ninguna fuente luminosa. Después, Tesla subió a un tablero, dio la energía, el voltímetro llegó a dos millones de voltios: "Tesla emitía un perceptible halo de electricidad, formado por una miríada de lenguas de fuego que emanaban de su cuerpo", escribe Cheney.
La magia de Tesla la veremos en Chile desde este jueves 2 de mayo, cuando abra en el GAM la exposición "Nikola Tesla. El futuro me pertenece"; presentada, gracias a la Ley de Donaciones Culturales, por la Corporación Cultural de la Cámara Chilena de la Construcción, y financiada por Soquimich.
La guerra de las corrientes
Tesla nació en un pequeño pueblo, Smiljan, en lo que entonces era la parte croata del Imperio Austrohúngaro. De niño y adolescente mostró su imaginación inventora, con ocurrencias como instalar un gran anillo alrededor de la tierra en el que uno podría subir y viajar largas distancias en poco tiempo, gracias a la rotación del planeta. También se propuso usar la fuerza de las cataratas del Niágara para generar energía. Sin concluir sus estudios, por no poder pagar la universidad, y tras un paso por Francia, con 28 años Tesla se embarcó, en junio de 1884, hacia Nueva York. Solo llevaba algunos poemas (era un gran lector y hasta hizo crítica literaria), artículos, unas pocas monedas y una carta de recomendación dirigida al ya exitoso inventor Thomas Alva Edison.
Edison era uno de los principales empresarios eléctricos, y había apostado su dinero a la corriente continua. En Europa Tesla había imaginado y diseñado en su mente (ese fue siempre su método) el aparato que podría aprovechar el otro tipo de corriente, la alterna, mucho más eficiente y segura. Apenas habían intercambiado algunas palabras cuando Tesla le habló de su invento a Edison, pero este no quiso saber nada. En cambio le encargó que fuera a arreglar las instalaciones eléctricas de un barco.
Ya como empleado de la Edison Company, el joven rediseñó y mejoró los generadores de Edison, labor por la que este le ofreció 50 mil dólares. Tesla invirtió casi un año en ese trabajo, y cuando pidió el pago obtuvo esta respuesta de su jefe: "Tesla, ¡qué poco ha aprendido usted del humor americano!". Furioso, renunció. Quería, al fin, dedicarse al desarrollo de su generador de corriente alterna. Pero necesitaba inversores. Los encontró, creó la Tesla Electric Light Company, pero los capitalistas tenían planes muchos más modestos, fabricar lámparas para iluminar las calles y fábricas. De nuevo Tesla logró desarrollar un artefacto más eficiente que el de la competencia, pero de un día para otro lo echaron de su empresa.
Tuvo la suerte de que le presentaran al director de la Wester Union Telegraph Company, quien sabía de los beneficios de la corriente alterna y quería apostar por ella. No solo el director, sino que también el propio dueño de la compañía, George Westinghouse, apoyaron a Tesla para crear una nueva compañía con el nombre del inventor serbio: la Tesla Electric Company comenzó en 1887, y junto con ella empezó la guerra de las corrientes, una durísima y (por parte de Edison) canallesca guerra por imponer una u otra corriente, en la que finalmente se impusieron Tesla y Westinghouse, cuando a fines de 1893 ganaron la licitación para construir una central hidroeléctrica en las cataratas del Niágara, tal como lo había soñado Tesla cuando aún estaba en Europa.
Para entonces el ingeniero ya trabajaba en nuevas ideas, como solía hacer (muchas veces eso significó que otros desarrollaran sus intuiciones y las patentaran). Su sueño era transmitir mensajes y energía sin cables, quería crear un "sistema mundial" de comunicaciones que hoy suena parecido a lo que sería la televisión y, por qué no, internet. En 1901 consiguió financiamiento para construir una gran antena, a las afueras de Nueva York: la Torre Wardenclyffe alcanzó los 30 metros de altura, pero en 1906, por falta de financiamiento el proyecto se paralizó y el lugar fue desmantelado. De ahí en adelante Tesla nunca recuperó su sitial y su economía fue menguando: no recibía beneficios de su motor de corriente alterna, pues había renunciado a ellos en favor del proyecto de las cataratas del Niágara. Al pasar los años lo alcanzaron las deudas, dejó el lujoso hotel Waldorf-Astoria donde vivía, y pasó de uno a otro hotel.
La esencia moderna
Obsesivo, con manías y fobias, sobre todo referidas a la limpieza, Tesla podía ser gentil y amable, déspota y humillante. Célibe, se supone, su gran amor fueron las palomas, a las que alimentaba y hasta rescataba y cuidaba en su cuarto; en particular una paloma blanca, con pequeños toques grises, que se le posaba en el hombro cada vez que él salía y la llamaba, estuviera donde estuviera.
Tesla murió en 1943, no en la indigencia, pero sí lejos de la riqueza que debió traerle su aporte a la iluminación del mundo. En vida fue un hombre popular, presente en los diarios y revistas, incluso en la portada de la revista Time; obtuvo premios, hasta se rumoreó que había rechazado el Nobel de Física porque no quería compartirlo con Edison.
Luego de unos últimos años dedicado a hacer anuncios estrafalarios, incluida la comunicación con extraterrestres, quizás alcanzado por la senilidad, y una posteridad que en parte por ello no le reconoció de inmediato sus méritos, en el siglo XXI el ingeniero serbio ha vuelto a ser un personaje de culto. Está la empresa de automóviles eléctricos que lleva su apellido, fundada en 2003. Se han hecho películas de ficción (con David Bowie en el papel de Tesla, por ejemplo) y documentales (hay uno en Netflix); inspiró una obra de Disney, hay óperas sobre él, entre ellas una de Jim Jarmusch, y videojuegos.
El escritor francés Jean Echenoz recurre a la vida de Tesla para contar la del inventor Gregor, en su novela "Relámpagos" (Anagrama). Allí, este otro Tesla nace en medio de una tormenta que ha dejado todo a oscuras. En "El palacio de la Luna" (Anagrama), del estadounidense Paul Auster, el protagonista tiene un revelador encuentro con Tesla. En a "Contraluz" (Tusquets), una mamotrética novela de 1.337 páginas, Thomas Pynchon pone a Tesla como víctima de una conspiración empresarial que busca impedir que desarrolle la transmisión de electricidad sin cables. "En privado ya está hablando de algo que él denomina «Sistema Mundial» para producir cantidades ingentes de energía eléctrica, de la que cualquiera podría aprovecharse gratuitamente, en cualquier lugar del mundo, porque utiliza el planeta como elemento de un gigantesco circuito resonante", dice uno de los conspiradores. "Su poderoso intelecto no ha caído en el detalle de que nadie puede ganar dinero con una invención como ésa. Invertir dinero para la investigación de un sistema de energía gratuita sería como tirarlo, y violar, qué mierda, traicionar la esencia misma de lo que se supone que debería ser la historia moderna".
Una búsqueda sin fin
En un artículo de 2012, en el diario El País, el científico y periodista español Javier Sampedro aclara lo que hizo y lo que no hizo Tesla: no descubrió la corriente alterna ni inventó el generador eléctrico (ya se vendían antes de su nacimiento). Lo que sí hizo fue inventar la bobina de inducción que dio inició a la radio y el sistema de transmisión que permite llevar la corriente alterna a través de largas distancias hasta nuestros hogares, y descubrió el principio de funcionamiento "extraordinariamente simple, eficaz y versátil -como todas las grandes ideas- en el que se basan nuestros motores eléctricos y casi cualquier otra cosa que lleve un enchufe". Basta un apagón, gigante, dice Sampedro, para imaginar cómo sería el mundo sin Tesla.
Más allá de las fantasías de Pynchon y el romanticismo que tanto atrae, hay que matizar el mito de genio maldito o trágico. Es cierto que Tesla no ganó el dinero que pudo ganar, pero más bien fue por no tener el olfato comercial que sí tenía, por ejemplo, Edison. Y además, los aportes que sí hizo a la ciencia y la tecnología son suficientes para reconocerlo, sin necesidad de hacer de él una fábula o atribuirle la condición de gurú o vidente. Quizás baste decir que Nikola Tesla fue un hombre, como muchos, en busca del sentido. Y, como pocos, obsesionado con ese examen. Ya viejo, recordando el momento de su infancia en que conoció la electricidad estática, dijo: "80 años han pasado desde ese momento y he dedicado todo ese tiempo a buscar el sentido último de la electricidad. Y todavía lo estoy buscando".
Recuadro
Tesla en el GAM:
detalles de la exposición 'Nikola Tesla. El futuro me pertenece', con museografía de CQ Estudio, mostrará la vida y obra de Tesla a través de paneles informativos, videos, fotografías, animaciones y maquetas de algunos de sus inventos, como el huevo de Colón (un dispositivo electromagnético) y el motor de corriente alterna. Habrá imágenes con la obra de artistas que se han inspirado en el inventor serbio (entre ellos el músico argentino Charly García).
El público podrá interactuar con una bobina de Tesla (del Laboratorio de Física de Plasma y Fusión Nuclear de la Comisión Chilena de Energía Nuclear) y bolas de plasma. Como parte de un proyecto Conicyt, el mencionado laboratorio de la Comisión Chilena de Energía Nuclear estará a cargo de hacer visitas guiadas los sábados 11 y 25 de mayo y 8 de junio, a las 12 horas; y el domingo 26, Día del Patrimonio, a las 11. Además se harán charlas, los sábados 18 de mayo y 1 de junio, a las 17 horas; el domingo 26 a las 12:30 y el martes 4 de junio a las 19.
Nex Prensa Escrita
Exposición Desde el 2 de mayo en el GAM:
Nikola Tesla un genio eléctrico y de novela
Organizada por la Cámara Chilena de la Construcción, gracias a la Ley de Donaciones Culturales, la muestra "Nikola Tesla. El futuro me pertenece" es una oportunidad para conocer al hombre que llevó la electricidad a nuestros hogares y que se ha convertido en personaje de autores como Echenoz, Auster y Pynchon.
El ser humano terminó de convertirse en Dios o de robarles el fuego a los dioses cuando logró hacer y transportar la luz, a fines del siglo XIX y principios del XX. El milagro se lo debemos, en gran parte, al ingeniero serbio-estadounidense Nikola Tesla (1856-1943). "Imagínense sentados en una espaciosa nave bien iluminada, repleta de extraños artefactos. Un hombre joven, alto y delgado, se les acerca y, con un simple chasquido de los dedos, crea al instante una bola que emite una llama roja y la sostiene tranquilamente en las manos. Al contemplarla, lo primero que les llama la atención es que no se queme los dedos. Al contrario: se la pasa por la ropa, por el pelo, la deposita incluso en el regazo de las visitas, hasta que, por fin, guarda la bola de fuego en una caja de madera. Más se sorprenderán cuando observen que no hay ni rastro de chamusquina, y tendrán que frotarse los ojos para convencerse de que están despiertos".
Así relató el periodista inglés Chauncey McGovern, en 1899, su visita al laboratorio de Tesla, ubicado en Nueva York. El encuentro lo recuerda la autora estadounidense Margaret Cheney en la biografía "Nikola Tesla. El genio al que le robaron la luz" (Turner Norma, distribuye Océano, $37.880). El sitio era un lugar de fantasía, salvo que lo que ahí pasaba era real. Además de McGovern, estaban el escritor Mark Twain, amigo de Tesla, y el actor Joseph Jefferson. "Ahora, amigos míos -les dijo Tesla a sus visitas-, permítanme que les proporcione un poco de luz", y una "extraña y maravillosa luz inundó el laboratorio", solo que, para sorpresa de los visitantes, no había ninguna fuente luminosa. Después, Tesla subió a un tablero, dio la energía, el voltímetro llegó a dos millones de voltios: "Tesla emitía un perceptible halo de electricidad, formado por una miríada de lenguas de fuego que emanaban de su cuerpo", escribe Cheney.
La magia de Tesla la veremos en Chile desde este jueves 2 de mayo, cuando abra en el GAM la exposición "Nikola Tesla. El futuro me pertenece"; presentada, gracias a la Ley de Donaciones Culturales, por la Corporación Cultural de la Cámara Chilena de la Construcción, y financiada por Soquimich.
La guerra de las corrientes
Tesla nació en un pequeño pueblo, Smiljan, en lo que entonces era la parte croata del Imperio Austrohúngaro. De niño y adolescente mostró su imaginación inventora, con ocurrencias como instalar un gran anillo alrededor de la tierra en el que uno podría subir y viajar largas distancias en poco tiempo, gracias a la rotación del planeta. También se propuso usar la fuerza de las cataratas del Niágara para generar energía. Sin concluir sus estudios, por no poder pagar la universidad, y tras un paso por Francia, con 28 años Tesla se embarcó, en junio de 1884, hacia Nueva York. Solo llevaba algunos poemas (era un gran lector y hasta hizo crítica literaria), artículos, unas pocas monedas y una carta de recomendación dirigida al ya exitoso inventor Thomas Alva Edison.
Edison era uno de los principales empresarios eléctricos, y había apostado su dinero a la corriente continua. En Europa Tesla había imaginado y diseñado en su mente (ese fue siempre su método) el aparato que podría aprovechar el otro tipo de corriente, la alterna, mucho más eficiente y segura. Apenas habían intercambiado algunas palabras cuando Tesla le habló de su invento a Edison, pero este no quiso saber nada. En cambio le encargó que fuera a arreglar las instalaciones eléctricas de un barco.
Ya como empleado de la Edison Company, el joven rediseñó y mejoró los generadores de Edison, labor por la que este le ofreció 50 mil dólares. Tesla invirtió casi un año en ese trabajo, y cuando pidió el pago obtuvo esta respuesta de su jefe: "Tesla, ¡qué poco ha aprendido usted del humor americano!". Furioso, renunció. Quería, al fin, dedicarse al desarrollo de su generador de corriente alterna. Pero necesitaba inversores. Los encontró, creó la Tesla Electric Light Company, pero los capitalistas tenían planes muchos más modestos, fabricar lámparas para iluminar las calles y fábricas. De nuevo Tesla logró desarrollar un artefacto más eficiente que el de la competencia, pero de un día para otro lo echaron de su empresa.
Tuvo la suerte de que le presentaran al director de la Wester Union Telegraph Company, quien sabía de los beneficios de la corriente alterna y quería apostar por ella. No solo el director, sino que también el propio dueño de la compañía, George Westinghouse, apoyaron a Tesla para crear una nueva compañía con el nombre del inventor serbio: la Tesla Electric Company comenzó en 1887, y junto con ella empezó la guerra de las corrientes, una durísima y (por parte de Edison) canallesca guerra por imponer una u otra corriente, en la que finalmente se impusieron Tesla y Westinghouse, cuando a fines de 1893 ganaron la licitación para construir una central hidroeléctrica en las cataratas del Niágara, tal como lo había soñado Tesla cuando aún estaba en Europa.
Para entonces el ingeniero ya trabajaba en nuevas ideas, como solía hacer (muchas veces eso significó que otros desarrollaran sus intuiciones y las patentaran). Su sueño era transmitir mensajes y energía sin cables, quería crear un "sistema mundial" de comunicaciones que hoy suena parecido a lo que sería la televisión y, por qué no, internet. En 1901 consiguió financiamiento para construir una gran antena, a las afueras de Nueva York: la Torre Wardenclyffe alcanzó los 30 metros de altura, pero en 1906, por falta de financiamiento el proyecto se paralizó y el lugar fue desmantelado. De ahí en adelante Tesla nunca recuperó su sitial y su economía fue menguando: no recibía beneficios de su motor de corriente alterna, pues había renunciado a ellos en favor del proyecto de las cataratas del Niágara. Al pasar los años lo alcanzaron las deudas, dejó el lujoso hotel Waldorf-Astoria donde vivía, y pasó de uno a otro hotel.
La esencia moderna
Obsesivo, con manías y fobias, sobre todo referidas a la limpieza, Tesla podía ser gentil y amable, déspota y humillante. Célibe, se supone, su gran amor fueron las palomas, a las que alimentaba y hasta rescataba y cuidaba en su cuarto; en particular una paloma blanca, con pequeños toques grises, que se le posaba en el hombro cada vez que él salía y la llamaba, estuviera donde estuviera.
Tesla murió en 1943, no en la indigencia, pero sí lejos de la riqueza que debió traerle su aporte a la iluminación del mundo. En vida fue un hombre popular, presente en los diarios y revistas, incluso en la portada de la revista Time; obtuvo premios, hasta se rumoreó que había rechazado el Nobel de Física porque no quería compartirlo con Edison.
Luego de unos últimos años dedicado a hacer anuncios estrafalarios, incluida la comunicación con extraterrestres, quizás alcanzado por la senilidad, y una posteridad que en parte por ello no le reconoció de inmediato sus méritos, en el siglo XXI el ingeniero serbio ha vuelto a ser un personaje de culto. Está la empresa de automóviles eléctricos que lleva su apellido, fundada en 2003. Se han hecho películas de ficción (con David Bowie en el papel de Tesla, por ejemplo) y documentales (hay uno en Netflix); inspiró una obra de Disney, hay óperas sobre él, entre ellas una de Jim Jarmusch, y videojuegos.
El escritor francés Jean Echenoz recurre a la vida de Tesla para contar la del inventor Gregor, en su novela "Relámpagos" (Anagrama). Allí, este otro Tesla nace en medio de una tormenta que ha dejado todo a oscuras. En "El palacio de la Luna" (Anagrama), del estadounidense Paul Auster, el protagonista tiene un revelador encuentro con Tesla. En a "Contraluz" (Tusquets), una mamotrética novela de 1.337 páginas, Thomas Pynchon pone a Tesla como víctima de una conspiración empresarial que busca impedir que desarrolle la transmisión de electricidad sin cables. "En privado ya está hablando de algo que él denomina «Sistema Mundial» para producir cantidades ingentes de energía eléctrica, de la que cualquiera podría aprovecharse gratuitamente, en cualquier lugar del mundo, porque utiliza el planeta como elemento de un gigantesco circuito resonante", dice uno de los conspiradores. "Su poderoso intelecto no ha caído en el detalle de que nadie puede ganar dinero con una invención como ésa. Invertir dinero para la investigación de un sistema de energía gratuita sería como tirarlo, y violar, qué mierda, traicionar la esencia misma de lo que se supone que debería ser la historia moderna".
Una búsqueda sin fin
En un artículo de 2012, en el diario El País, el científico y periodista español Javier Sampedro aclara lo que hizo y lo que no hizo Tesla: no descubrió la corriente alterna ni inventó el generador eléctrico (ya se vendían antes de su nacimiento). Lo que sí hizo fue inventar la bobina de inducción que dio inició a la radio y el sistema de transmisión que permite llevar la corriente alterna a través de largas distancias hasta nuestros hogares, y descubrió el principio de funcionamiento "extraordinariamente simple, eficaz y versátil -como todas las grandes ideas- en el que se basan nuestros motores eléctricos y casi cualquier otra cosa que lleve un enchufe". Basta un apagón, gigante, dice Sampedro, para imaginar cómo sería el mundo sin Tesla.
Más allá de las fantasías de Pynchon y el romanticismo que tanto atrae, hay que matizar el mito de genio maldito o trágico. Es cierto que Tesla no ganó el dinero que pudo ganar, pero más bien fue por no tener el olfato comercial que sí tenía, por ejemplo, Edison. Y además, los aportes que sí hizo a la ciencia y la tecnología son suficientes para reconocerlo, sin necesidad de hacer de él una fábula o atribuirle la condición de gurú o vidente. Quizás baste decir que Nikola Tesla fue un hombre, como muchos, en busca del sentido. Y, como pocos, obsesionado con ese examen. Ya viejo, recordando el momento de su infancia en que conoció la electricidad estática, dijo: "80 años han pasado desde ese momento y he dedicado todo ese tiempo a buscar el sentido último de la electricidad. Y todavía lo estoy buscando".
Tesla en el GAM:
detalles de la exposición 'Nikola Tesla. El futuro me pertenece', con museografía de CQ Estudio, mostrará la vida y obra de Tesla a través de paneles informativos, videos, fotografías, animaciones y maquetas de algunos de sus inventos, como el huevo de Colón (un dispositivo electromagnético) y el motor de corriente alterna. Habrá imágenes con la obra de artistas que se han inspirado en el inventor serbio (entre ellos el músico argentino Charly García).
El público podrá interactuar con una bobina de Tesla (del Laboratorio de Física de Plasma y Fusión Nuclear de la Comisión Chilena de Energía Nuclear) y bolas de plasma. Como parte de un proyecto Conicyt, el mencionado laboratorio de la Comisión Chilena de Energía Nuclear estará a cargo de hacer visitas guiadas los sábados 11 y 25 de mayo y 8 de junio, a las 12 horas; y el domingo 26, Día del Patrimonio, a las 11. Además se harán charlas, los sábados 18 de mayo y 1 de junio, a las 17 horas; el domingo 26 a las 12:30 y el martes 4 de junio a las 19.
Pais: Chile
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Región: Metropolitana de Santiago
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Fecha: 2019-04-28
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Tipo: Prensa Escrita
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Página(s): E10
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Sección: ARTES Y LETRAS
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Centimetraje: 52x26
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