Pais:   Chile
Región:   Metropolitana de Santiago
Fecha:   2020-10-18
Tipo:   Prensa Escrita
Página(s):   B4
Sección:   ECONOMÍA Y NEGOCIOS DOMINGO
Centimetraje:   51x27
El Mercurio
Sebastián Edwards, economista:
“EL MODELO NEOLIBERAL ESTÁ COMPLETAMENTE MUERTO. La pregunta es qué va a reemplazarlo. Lo más adecuado sería un capitalismo competitivo, inclusivo y moderno”
A un año del estallido, el economista desmenuza qué sucedió con los chilenos para llegar a esta crisis y, sobre todo, qué se avecina. Su diagnóstico es pesimista, pues cree que el país entró en un proceso de retorno a sus orígenes: 'Un país del montón, mediocre, violento, polarizado, con instituciones débiles y baja productividad', vaticina.
Sebastian Edwards cuenta que fue su amigo, el editor Felipe Gana, quien hace justo un año, le mandó un mensaje por WhatsApp que decía: 'Aquí está quedando la escoba'. 'Dos semanas después viajé a Chile y me paseé por la Plaza Italia. Terminé mojado y asfixiado, sorprendido por la destrucción. Pero lo que más me asombró fue la cobardía de los políticos de izquierda, la reticencia por denunciar el vandalismo, la condonación de prácticas fascistas, como obligar a la gente a bailar para circular. Soy gran partidario de las manifestaciones pacíficas, pero me pareció que en estos episodios afloró lo peor de los chilenos', reflexiona el economista.

Radicado en Estados Unidos -es profesor de la UCLA-, cuenta que por las dificultades impuestas por la pandemia, no podrá viajar a Chile a votar en el plebiscito, pero que si lo pudiera hacer, votaría por el Apruebo. Aun así, en esta entrevista -junto con desmenuzar qué le pasó a los chilenos para que tuviera lugar el estallido social-, describe un panorama pesimista sobre el futuro de Chile.

-¿Cuáles son las razones de este estallido?

'Son múltiples y complejas. En lo político, desde hacía años, y sin que casi nadie lo advirtiera, el país se encontraba en un equilibrio muy frágil. Había gran animosidad y pérdida de legitimidad de los partidos. Hay decenas de temas detrás del malestar: colusiones y abusos de ciertas empresas, impunidad de empresarios que rompían reglas, indolencia de las élites, mala provisión de servicios básicos, pensiones bajísimas, mala educación, medicamentos. Sensación de indefensión de la población frente a los ‘poderosos''.

-Se ha hablado mucho de dignidad. Usted mismo se refirió al tema como 'desigualdad horizontal' o 'desigualdad relacional'.

'La gente estaba reclamando un trato digno y respetuoso. El asalto a la dignidad había quedado en evidencia unos meses antes, cuando un ejecutivo intentó expulsar a unas señoras sentadas a la orilla del lago Ranco, frente a su casa de descanso. Más allá de la anécdota, había una frustración muy grande por lo que mucha gente joven consideraba ‘promesas no cumplidas'. El sistema se basó en la idea de meritocracia: el que se esfuerza, estudia duro y hace sacrificios puede surgir y cambiar de estatus socioeconómico. Pero las herramientas a disposición de la población fueron inadecuadas. El sistema universitario sigue siendo muy siglo 20 en pleno siglo 21. Los jóvenes, encasillados en carreras, al no encontrar trabajo en esos campos se frustran. Se esforzaron, hicieron mérito, pero quedaron cesantes. La rabia es comprensible'.

-¿Por qué el estallido ocurrió durante un gobierno de centroderecha?

'La derecha ha cometido una multitud de errores. Uno central es que el piñerismo nunca entendió que el Presidente había sido elegido con ‘votos prestados'. Creyeron que el resultado de la segunda vuelta les daba un mandato para llevar a cabo un programa tecnocrático, una gestión gerencial de excelencia, alejada de las verdaderas inquietudes de la gente. Más que votar por Piñera, la gente votó contra Guillier, una buena persona, pero un pésimo candidato. Los votos prestados hay que cuidarlos, algo que Piñera no hizo. El mayor ejemplo de que nunca entendieron la fragilidad de su mayoría circunstancial fue la insistencia obsesiva con la reintegración tributaria'.

-¿Qué otros errores cometieron la derecha y la élite?

'Muchos. Para nombrar solo uno: la élite se autosegregó en sus barrios de ultra muros y dejó de convivir con la gente y de entender las aspiraciones de las mayorías. Le regaló a la izquierda la narrativa sobre el estado del país, y el relato que empezó a dominar fue el de un país fracasado, en el que no se reconocía prácticamente ningún avance desde el retorno de la democracia. En el que todo era corrupción, arreglines, pactos oscuros a espaldas de la población. Un relato caricaturesco, no consistente con la realidad, pero dominante. Y quien domina la narrativa, fija el ritmo de la política'.

-¿Cuán responsable son los empresarios de la crisis?

'Obvio que hubo responsabilidad de la élite. La principal es la del puñado de empresarios que cometieron los abusos, pero también de quienes no los denunciaron. Pero hay que reconocer que la élite empresarial ya está cambiando. Hay una actitud renovada y más democrática en los nuevos dirigentes, en gente como Juan Sutil y Bernardo Larraín. Hay más horizontalidad y mayor preocupación por los miedos de la gente común y corriente. La decisión de José Luis del Río de invitar a los trabajadores de su empresa pesquera a participar en la propiedad es un paso notable'.

-¿Cuáles son las medidas más urgentes para atender al descontento social?

'Lo principal es recuperar los empleos perdidos en la pandemia y el tema es mucho más serio de lo que se piensa. Se han destruido miles de pequeñas empresas y negocios que formaban parte del tejido social de las comunidades locales. Eso puede tener consecuencias insospechadas. Además, las urgencias son dos: pensiones y salud. En pensiones, ya en el 2013 se sabía, a través de encuestas de la propia Asociación de AFP, que había un gran descontento, que la gente no percibía a esos fondos como propios. Un teorema básico en la teoría de las reformas es que los afectados por ellas tienen que sentirse dueños. Este tema solo se entendió con el retiro del 10%'.

-Se acuñó la expresión 'no son $30, son 30 años'. ¿Se pudo avanzar más en los gobiernos de la Concertación?

'Esto tiene que ver con el relato. La derecha no se esmeró en defender, proteger, explicar todo lo que habíamos avanzado como país desde el retorno a la democracia. Supusieron que la cuestión era autoevidente y se retiraron a sus barrios, a sus colegios y universidades, a sus casas de verano y a vivir su vida. A pesar de que el discurso catastrofista de la izquierda más dura no resiste ningún análisis serio, casi nadie salió a desmentirlo en las redes sociales, en las universidades, en los foros. Es un relato sesgado e incorrecto, pero se transformó en el discurso dominante'.

-¿Hay una crisis del modelo neoliberal?

'El modelo neoliberal está completamente muerto. Murió en octubre de 2019. La pregunta es qué va a reemplazarlo. Lo más adecuado sería un capitalismo competitivo, inclusivo y moderno, con una provisión amplia, casi universal de servicios sociales financiados en forma solidaria. Hace más de siete años yo planteé, por primera vez, usar a Nueva Zelandia como punto de referencia. Se trata de un capitalismo competitivo, tolerante e inclusivo, donde los pueblos originarios juegan un rol político y económico importante. Es un sistema con sabor a socialdemocracia'.

-¿Por qué se produjo en la élite política y económica un vacío en el centro?

'Mi interpretación tiene un aspecto generacional. Quienes forjaron los acuerdos de la transición se han ido jubilando o han fallecido. En la izquierda eran dirigentes que habían sufrido el dolor del exilio, que conocían el horror de una dictadura, que entendían que la democracia hay que cuidarla y perfeccionarla. Fueron reemplazados por políticos mucho menos sofisticados y burdos, por personas que ignoran y desprecian la historia, que creen que el mundo nació con Google y las redes sociales. Ya no hay Boeningers, Foxleys, Viera-Gallos'.

-¿Hoy las soluciones de política pública están más hacia la izquierda?

'En un país de clase media, las soluciones tienen que ser más universales, los servicios sociales tienen que cubrir en forma mínima y universal a todos. En Chile, durante mucho tiempo las políticas sociales estaban focalizadas a los más pobres. Hace 40 años, eso era lo más eficiente, pero cuando los pobres ya solo son un 6%, focalizar no tiene el mismo sentido. Es el momento de universalizar los servicios, de hacerlos más generalizados. Quienes salieron de la pobreza viven con la angustia de volver a caer en ella, y tiene muy poca ayuda. Hay un sentimiento de vulnerabilidad y desamparo. Hay temor. Ahora la pandemia está empujando a mucha gente a la pobreza, y hay que enfrentar esa realidad urgente'.

-¿Cómo cree que el Gobierno ha manejado la crisis social?

'Le pongo, máximo, nota cinco. Ha habido demoras no justificadas, pero al final se han hecho esfuerzos importantes. Chile es el tercer país en América Latina que más ayuda ha proporcionado a trabajadores, familias y empresas'.

-¿Es optimista o pesimista sobre el futuro? ¿Chile va a encauzar esta crisis o volverá a ser uno más del barrio?

'Soy pesimista. Creo que Chile ha entrado en un proceso de retorno a sus orígenes. Durante 25 años pareció que Chile había logrado despegar en un vuelo hacia la modernidad, democracia, equidad y prosperidad. Fue el período del ‘milagro chileno', que abarcó una generación. Pasamos del séptimo al primer lugar en ingreso per cápita, redujimos la desigualdad en forma importante, y la pobreza bajó del 56% al 8%. Estos años se caracterizaron por políticas de mercado, con un alto ingrediente neoliberal. Sin embargo, entrada la segunda década del siglo 21, quedó en evidencia que algo olía mal. El modelo ya no era el adecuado para un país de clase media, y requería de grandes ajustes, los que fueron postergándose. Y sin cambios, llegamos a una situación de malestar y descontento, aspiraciones frustradas, abusos y rabia. Los acontecimientos desde entonces, y especialmente desde el 18 de octubre de 2019, sugieren que, al parecer, el escape del destino latinoamericano fue una ilusión'.

-¿Qué significa?

'Regresar al lugar de donde veníamos. Un país del montón, mediocre, violento, polarizado, con instituciones débiles y baja productividad. Un país entre Ecuador y Costa Rica, que es donde estábamos en 1990, al terminar la dictadura. Lo triste de este cuadro es que es muy posible que, dentro de una generación, los más pobres vayan a estar peor que si el sistema hubiera seguido su desarrollo orgánico'.

-¿El acuerdo para el plebiscito fue la solución acertada?

'Chile necesita una nueva Constitución. Sin embargo, las circunstancias bajo las que será redactada no son las más propicias. Por el lado positivo, la explosión de seminarios, talleres, paneles, mesas redondas y conversaciones sobre el tema constitucional es positivo. Por lo negativo, tenemos violencia persistente, cobardía de los políticos, medias tintas, y visiones populistas a medio cocinar. No podemos descartar un escenario en que la nueva Constitución sea deficiente, recargada, ineficiente, y que lleve a un nuevo escenario de promesas no cumplidas'.

-Usted ha hablado de la cobardía de los políticos. ¿Qué debieran hacer con la violencia?

'Mandar un mensaje aislado, por Twitter o Facebook, entre gallos y medianoche, no es suficiente. Los políticos nacionales debieran ser activistas por las manifestaciones pacíficas. Apersonarse en la Plaza Italia las tardes de los viernes y emplazar, en vivo y en directo, a que se manifiesten pacíficamente. Pararse junto a los vecinos, armar cadenas humanas de protección, liderar un rechazo ciudadano en contra de los vándalos. Eso es lo que han hecho los activistas valientes, los líderes verdaderos'.

Recuadro
'Los políticos nacionales debieran ser activistas por las manifestaciones pacíficas. Apersonarse en la Plaza Italia, pararse junto a los vecinos, armar cadenas humanas de protección, liderar un rechazo ciudadano en contra de los vándalos'.

Recorte de Fitch: 'La discusión sobre exenciones es fundamental, como lo es ampliar la base del impuesto de segunda categoría'

En una semana marcada por la rebaja en la calificación de la deuda chilena por Fitch, Sebastián Edwards dice que 'era obvio que iba a suceder'. 'Nadie debe sorprenderse. La carga de la deuda se duplicó desde 2017. Y si bien el nivel proyectado de 44% del PIB es manejable, la tendencia al alza es muy preocupante. Cada rebaja de calificación le cuesta cientos de millones de dólares al fisco en mayores intereses. Es dinero que podría usarse en programas sociales'.

-Fitch insinuó que Chile podría requerir una reforma tributaria.
'Eso tampoco debe sorprender a nadie. Chile recauda un 21% del Producto en impuestos, el segundo nivel más bajo de la OCDE. La brecha tributaria es sustancial, del orden de 6% a 7% del PIB. Por ello, la discusión sobre exenciones es fundamental, como lo es ampliar la base del impuesto de segunda categoría'.

-En Chile se está discutiendo un segundo retiro del 10% de los ahorros de pensiones. ¿Es factible?
'Tres distinciones. Primero, la emergencia de la pandemia debe enfrentarse con fondos públicos y no a través de una merma de las pensiones. Es mala idea permitir otra extracción del 10% por esos motivos, es preferible un nuevo IFE, de ser necesario. Segundo, retirar con ciertos objetivos de ahorro en otros activos, como la casa propia, sí hace sentido, especialmente en la modalidad de autopréstamo. Tercero, también es aceptable, incluso deseable, permitir retirar todo el fondo al llegar a los 65 años si la pensión resultante es, debido a lagunas, escuálida, digamos $80 mil'.

-En el tema de la matriz productiva, ha sido crítico de llamar a crear polos de producción. ¿Por qué?
'Es imposible que funcionarios de Corfo puedan elegir qué industria específica va a ser un éxito. Nadie hubiera apostado por las dos empresas estrellas chilenas: Cornershop y NotCo. Pero son una realidad gracias a la creatividad y habilidades de sus fundadores. Hay que formar a más gente creativa, a más ingenieros, a más expertos en inteligencia artificial, y hay que proporcionarles capital semilla. No se puede elegir ganadores a dedo'.
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AZUCENA GONZÁLEZ-