Los resultados de 'Tenemos que hablar de Chile' nos hablan de la realidad de las personas de a pie, esas que probablemente no están inmersas en redes sociales, que no viven de la política, pero que tienen más de una conversación con sus vecinos sobre sus anhelos y temores. El primer avance de estos resultados nos muestra una alta carga negativa asociada a inseguridad, miedo, indignación. En paralelo, nos muestra elementos de esperanza, ilusión y quizás optimismo sobre un futuro mejor.

Siendo una virtud muy deseable y chilena —nuestro himno nacional habla de 'un futuro esplendor'—, la esperanza es insuficiente como fundamento del futuro. Necesitamos transitar hacia la confianza, a estar dispuestos a colaborar, a ser corresponsables con las personas e instituciones. La confianza se construye mostrando competencia para cumplir lo que se espera, desde un principio de integridad.

Entre otras cosas, lo anterior es precisamente lo que las personas no encuentran en la labor del Estado, institución respecto de la cual hay expectativas en la generación de confianza social. No se trata del alcance de sus funciones o servicios, sino más bien su (in)capacidad para emprenderlos. Las quejas son múltiples; baja capacidad de respuesta y captura.

Aparentemente, no es mucho lo que las personas 'piden': mayor seguridad en el día a día y un Estado al servicio de las personas. Puede parecer poco, pero este aspecto está inscrito hace años en el artículo primero de la Constitución y, aún así, estamos lejos de percibirlo como logrado.