Pais: Chile
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Región: Metropolitana de Santiago
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Fecha: 2021-05-18
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Tipo: Suplemento
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Página(s): 10-11-12-13
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Sección: Suplemento
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Centimetraje: 29x81
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Pie de Imagen
Municipal Delivery. Opera II Pirati (hasta el 21 de mayo) y El Lago de los Cisnes.
DIRECTORA DEL TEATRO MUNICIPAL :
CARMEN GLORIA LARENAS “UNA EXPERIENCIA QUE TE ENFRENTA A LA MUERTE PROVOCA CAMBIOS”
Se contagió con el virus por asistir a una función teatral en el verano, después de la cual murieron Tomás Vidiella y el peluquero Patricio Araya. Aquí, esta exbailarina clásica relata su miedo frente a morir sola y su desconcierto existencial en 20 días aislada en la clínica. Repuesta, organiza un Municipal a tono con los tiempos. 'Nos tocó actualizarnos de golpe, por el covid'.
Ahora que todo pasó, a Carmen Gloria Larenas, primera directora del Teatro Municipal en sus 164 años, no se le borra ese último domingo de febrero. Invitada a 'Orquesta de señoritas', el clásico de Jean Anouilh, dirigida por Álvaro Viguera y protagonizada por media docena de actores icónicos, llegó justo a la hora y se sentó atrás. El elenco era de lujo: desde Tomás Vidiella a Luis Gnecco, lo integraban Willy Semler, Cristián Campos y Mauricio Petusic, entre otros. Larenas no pensó en que asistir fuera riesgoso. El estreno era un acontecimiento: el primero con público presencial desde que se desató la pandemia.
—Fui al Teatro Oriente con todas las medidas sanitarias como público, y estuve sentada en la última fila. Por el cargo que tengo, me interesa estar al tanto de los buenos proyectos y fui con mucho gusto. Al final de la obra me ofrecieron pasar a saludar (a los actores) y pasé, no me saqué nunca la mascarilla y no nos saludamos de la mano. Nunca pensé que podría haber un contagio. Tres días después empecé con los primeros síntomas, aunque a mí no me dolió la cabeza ni tuve sensación de ahogo. Me sentía muy mal, con asco y una fiebre que subía y bajaba de manera permanente. Y eso fue empeorando. Ese miércoles Larenas tenía programada una sesión de fotografías en el Teatro Municipal y, aunque no pensó que tenía covid-19, por seguridad decidió no ir. Al día siguiente se hizo el PCR en la Clínica Alemana. Pasaron algunos días, sin mejoría.
—Me llamó la atención que no me iba sintiendo mejor. Si hubiera sido un resfrío, uno ya sabe la evolución, pero la fiebre iba subiendo. A sugerencia de Leonardo Pozo, gerente general del Municipal, pedí por Cornershop una maquinita de medir la saturación. Puse el dedo y estaba saturando 80 y algo. Lo normal, dicen los médicos, es una saturación entre 95 y 100.
—Al ver eso, mi marido, Marco, me dijo que me internara y mi hija menor, la Colomba, se empezó a sentir mal. Nos fuimos las dos en ambulancia a la Clínica Alemana. Me hicieron un escáner y me apareció una neumonía por covid. ‘Tienes los dos pulmones totalmente comprometidos y te tienes que internar', me dijeron. Afortunadamente, el escáner de la Colomba estaba bien y volvió a la casa. El 13 de marzo, mientras Larenas quedaba aislada en la UTI con su rostro bajo una máscara facial de ventilación mecánica no invasiva —que se usa en pacientes sin compromiso de conciencia y con insuficiencia respiratoria no hipoxémica (sin baja de oxígeno en la sangre)— ya era de dominio público que dos miembros del elenco de 'Orquesta de señoritas' habían sido internados con covid-19 y uno había fallecido: el actor Tomás Vidiella, de 83 años. El otro era el estilista Patricio Araya, 76, autor de las pelucas y peinados en la obra. Araya murió el 7 de abril. Y es que, a pesar de continuos PCR y medidas sanitarias, el elenco completo se había contagiado con el virus. También Luis Gnecco, quien, después de internarse, se recuperó.
—¿Nunca pensó que asistir a una obra presencial era un acto de imprudencia?
—No, nunca. Porque tomé todas las medidas y porque el Teatro Oriente tenía implementadas las medidas adecuadas. Cuando entré a saludar al elenco, no le di la mano a nadie, ni un beso. Después visité el escenario y hablé con los técnicos. Fueron diez minutos.
—¿Qué reflexión se hizo frente a la muerte de Vidiella y Araya?
—Me sentí muy impactada. Recordé que Vidiella y Araya estaban muy motivados con el proyecto, en el que participó el diseñador Pablo Núñez, a quien conozco. Conocía la ilusión y el trabajo que se había hecho. Muchos crecen en la fatalidad ajena. A mí me ha parecido muy injusto suponer que hay un culpable del contagio. Eso es pequeño. En los veinte días que siguieron, internada y siempre bajo su máscara de codo azul, Carmen Gloria Larenas, 52, dice, pensó mucho en la muerte. Sobre todo, tuvo miedo de morirse sola, sin ver a su familia. En su casa habían quedado su compañero de 13 años, el empresario Marco Antonio Pinto, y dos hijas adolescentes de un primer matrimonio: Emilia y Colomba. La familia tuvo que guardar cuarentena porque Pinto y Colomba también se contagiaron. Al segundo día de estar internada en la UTI, Carmen Gloria Larenas comenzó a experimentar desesperación y claustrofobia. Desesperación frente a la incertidumbre, claustrofobia por sentir máscara y mangueras que le aprisionaban el rostro día y noche.
—Uno está desconectada y aislada. Es una experiencia muy especial, y en particular difícil, porque existe la incertidumbre de no saber hasta qué punto puedes empeorar. El covid tiene mucha incertidumbre. Me explicaba el equipo técnico de la clínica que es una enfermedad muy caprichosa: hay quienes van en franca mejoría, les sacan la máscara y ¡a los quince minutos empiezan a saturar poco y terminan muriéndose! Los equipos médicos no pueden dar una certidumbre que no tienen.
CON CABEZA FRÍA
Recién a los nueve días le devolvieron su celular. En su tiempo aislada pensó que esta no era su primera experiencia límite: más joven había superado un infarto cerebral durante un viaje a Inglaterra.
—El covid es una experiencia que te pone en contacto con la muerte. Y te lleva a hacer reflexiones profundas. Estas situaciones límite son siempre un llamado de atención sobre la intensidad de la vida que uno lleva y las prioridades que uno tiene. Ambas experiencias fueron parecidas, me hicieron sentir un cuestionamiento de situaciones y personas. Y la búsqueda de paz, un refugio interior.
—¿Pensó que ahora con el covid era el final?
—Tuve un momento de desesperación. Pensé en mi familia y que podía morirme. Pero el equipo médico me explicó en detalle mi evolución, eso me hizo poner mi energía en cooperar. Yo soy preguntona. Todos los días preguntaba por mis exámenes de saturación y sangre arterial. Así me tranquilizaba. (…) La emocionalidad muy a flor de piel no siento que aporte en momentos de crisis. La emoción desbordada me da la sensación de perder control, he aprendido que una cabeza fría es una ayuda. Cuatro días antes de que la dieran de alta —a fines de marzo—, esta gestora cultural fue trasladada a una habitación contigua, fuera de la UTI. Ya sin máscara, pero con una nariguera que le daba oxígeno, seguía sin respuestas definitivas. Intuía que estaba mejor porque sus papillas diarias habían sido reemplazadas por comida. Cuando salió de la clínica, no era la Carmen Gloria de siempre.
—Una experiencia que te enfrenta tan evidentemente a la muerte provoca cambios. No sales igual. Sobre todo en nosotros los occidentales, en que el tema de la muerte está escondido. En la clínica pensé en mi manera de trabajar, de abordar proyectos, en mi intensidad, mi autoexigencia, en esa ansiedad por avanzar. Fue muy profundo. El cambio también fue físico.
—Estaba muy frágil, apenas podía subir una escalera. Muscularmente el covid te deja súper débil, pierdes masa muscular. No podía subir sola una escala, me tenían que ayudar. Y eso es algo que yo desconozco porque tengo un estado físico activo, lo tuve desde que bailaba y siempre he hecho ejercicio. Cuando uno enfrenta algo así, te trae de vuelta a la humildad y a la fragilidad de la vida. La ayudó a restablecerse el apoyo de su marido, Marco Antonio Pinto:
—Me sentí muy querida. Siempre me he sentido querida por él, pero en esta crisis fue más. Y me dio mucha alegría, porque después de un año en pandemia en que muchas parejas tienen crisis, nos hemos unido más. Ha sido una experiencia enriquecedora.
—¿Ha aprendido sobre el fracaso?
—Me sentí a veces muy fracasada. Lo viví así y lo digo siempre porque cuando uno está en cargos muy expuestos, como el que tengo, todo parece muy perfecto. Pero creo importante compartir que los caminos están llenos de fracasos. Mi separación y haber dejado el ballet los viví como un fracaso. Separarme me gatilló una reflexión que me acompaña hasta hoy en mi vida personal y en el trabajo: mirar la realidad de frente, tomar el toro por las astas y abordarlo. Agrega:
—El ballet te exige mucha tolerancia a la frustración. Como bailarina, a veces me tocó hacer de lámpara, de árbol o de ratón, con capucha o máscara. Yo invitaba con mucha alegría a mis papás a verme, ¡y no sabían cuál de los ratones o árboles era yo! Sin embargo, yo sentía que lo que hacía era de máxima importancia. Eso me enseñó la humildad de ser casi invisible. El ballet me dejó esa gran enseñanza, por eso atesoro las amistades que tengo de cuando yo era invisible.
EL NUEVO MUNICIPAL
Larenas, exmiembro del Ballet de Santiago desde su niñez y experiodista, aceptó en septiembre de 2019 el desafío de convertirse en la primera mujer a cargo del teatro más importante en la historia de Chile (fundado en 1857), que hoy cuenta con 400 empleados y una deuda arrastrada de 7 mil millones de pesos. Fue una apuesta, pero incomparable con lo que se venía. Antes de poner un pie en el Municipal, se desató en octubre el estallido social y, tres meses después, la pandemia. El establecimiento quedó escindido de sus audiencias. Esta directora armó equipo como pudo y trabajó virtualmente, convirtiendo el encierro en un desafío: durante 2020, en plena cuarentena, la plataforma Municipal Delivery alcanzó doce millones de interacciones a nivel mundial. A más de un año de iniciarse la pandemia, Carmen Gloria Larenas dice que ya es hora de que su teatro se inscriba en el siglo veintiuno, la única forma en que sus espectáculos sigan siendo viables. Larenas cree que, históricamente, el Municipal se fue quedando atrás:
—Y a nosotros nos tocó actualizarnos de golpe, por el covid. El covid nos obligó a decir: ‘el piso se está moviendo así'. Las estructuras están cambiando, el mundo no volverá a ser igual. (…) Hay que mirar, junto con los trabajadores, lo que el Teatro Municipal es capaz de sostener sanamente. Revisar programaciones, cantidad de ballets, óperas y conciertos anuales, honorarios. No taparse los ojos, sino ver qué cambios hay que generar para un teatro sustentable. El gran logro de 2020, más allá de los millones de conexiones, es haber dado un paso adelante en alinear la organización en una visión sustentable del teatro, sostenible en el tiempo y con una conexión transversal con sus trabajadores.
—¿Tal vez achicar la planta?
—No necesariamente. Ver con mayor realidad los números para todas las áreas del teatro. Y saber que, tal vez, en lugar de hacer seis ballets o seis óperas al año, se podrán hacer cuatro. Los tiempos complejos siempre se encuentran con la innovación y la creatividad. Y creo que en ese minuto estamos. Seguir con piloto automático ya no se puede. Hay que mirar la realidad financiera del teatro y permitir que se renueve en contenido con sustentabilidad. Los teatros no son empresas que dejan ganancias, es así en todo el mundo.
Recuadro
'En la clínica pensé en mi manera de trabajar, de abordar proyectos, en mi intensidad, mi autoexigencia, en esa ansiedad por avanzar. Fue muy profundo'.
"Cuando uno enfrenta algo así, te trae de vuelta a la humildad y ala fragilidad de la vida".
Pie de pagina
María Cristina Jurado / Fotografías: Sergio Alfonso López -
Nex Prensa Escrita
DIRECTORA DEL TEATRO MUNICIPAL :
CARMEN GLORIA LARENAS “UNA EXPERIENCIA QUE TE ENFRENTA A LA MUERTE PROVOCA CAMBIOS”
Se contagió con el virus por asistir a una función teatral en el verano, después de la cual murieron Tomás Vidiella y el peluquero Patricio Araya. Aquí, esta exbailarina clásica relata su miedo frente a morir sola y su desconcierto existencial en 20 días aislada en la clínica. Repuesta, organiza un Municipal a tono con los tiempos. 'Nos tocó actualizarnos de golpe, por el covid'.
Ahora que todo pasó, a Carmen Gloria Larenas, primera directora del Teatro Municipal en sus 164 años, no se le borra ese último domingo de febrero. Invitada a 'Orquesta de señoritas', el clásico de Jean Anouilh, dirigida por Álvaro Viguera y protagonizada por media docena de actores icónicos, llegó justo a la hora y se sentó atrás. El elenco era de lujo: desde Tomás Vidiella a Luis Gnecco, lo integraban Willy Semler, Cristián Campos y Mauricio Petusic, entre otros. Larenas no pensó en que asistir fuera riesgoso. El estreno era un acontecimiento: el primero con público presencial desde que se desató la pandemia.
—Fui al Teatro Oriente con todas las medidas sanitarias como público, y estuve sentada en la última fila. Por el cargo que tengo, me interesa estar al tanto de los buenos proyectos y fui con mucho gusto. Al final de la obra me ofrecieron pasar a saludar (a los actores) y pasé, no me saqué nunca la mascarilla y no nos saludamos de la mano. Nunca pensé que podría haber un contagio. Tres días después empecé con los primeros síntomas, aunque a mí no me dolió la cabeza ni tuve sensación de ahogo. Me sentía muy mal, con asco y una fiebre que subía y bajaba de manera permanente. Y eso fue empeorando. Ese miércoles Larenas tenía programada una sesión de fotografías en el Teatro Municipal y, aunque no pensó que tenía covid-19, por seguridad decidió no ir. Al día siguiente se hizo el PCR en la Clínica Alemana. Pasaron algunos días, sin mejoría.
—Me llamó la atención que no me iba sintiendo mejor. Si hubiera sido un resfrío, uno ya sabe la evolución, pero la fiebre iba subiendo. A sugerencia de Leonardo Pozo, gerente general del Municipal, pedí por Cornershop una maquinita de medir la saturación. Puse el dedo y estaba saturando 80 y algo. Lo normal, dicen los médicos, es una saturación entre 95 y 100.
—Al ver eso, mi marido, Marco, me dijo que me internara y mi hija menor, la Colomba, se empezó a sentir mal. Nos fuimos las dos en ambulancia a la Clínica Alemana. Me hicieron un escáner y me apareció una neumonía por covid. ‘Tienes los dos pulmones totalmente comprometidos y te tienes que internar', me dijeron. Afortunadamente, el escáner de la Colomba estaba bien y volvió a la casa. El 13 de marzo, mientras Larenas quedaba aislada en la UTI con su rostro bajo una máscara facial de ventilación mecánica no invasiva —que se usa en pacientes sin compromiso de conciencia y con insuficiencia respiratoria no hipoxémica (sin baja de oxígeno en la sangre)— ya era de dominio público que dos miembros del elenco de 'Orquesta de señoritas' habían sido internados con covid-19 y uno había fallecido: el actor Tomás Vidiella, de 83 años. El otro era el estilista Patricio Araya, 76, autor de las pelucas y peinados en la obra. Araya murió el 7 de abril. Y es que, a pesar de continuos PCR y medidas sanitarias, el elenco completo se había contagiado con el virus. También Luis Gnecco, quien, después de internarse, se recuperó.
—¿Nunca pensó que asistir a una obra presencial era un acto de imprudencia?
—No, nunca. Porque tomé todas las medidas y porque el Teatro Oriente tenía implementadas las medidas adecuadas. Cuando entré a saludar al elenco, no le di la mano a nadie, ni un beso. Después visité el escenario y hablé con los técnicos. Fueron diez minutos.
—¿Qué reflexión se hizo frente a la muerte de Vidiella y Araya?
—Me sentí muy impactada. Recordé que Vidiella y Araya estaban muy motivados con el proyecto, en el que participó el diseñador Pablo Núñez, a quien conozco. Conocía la ilusión y el trabajo que se había hecho. Muchos crecen en la fatalidad ajena. A mí me ha parecido muy injusto suponer que hay un culpable del contagio. Eso es pequeño. En los veinte días que siguieron, internada y siempre bajo su máscara de codo azul, Carmen Gloria Larenas, 52, dice, pensó mucho en la muerte. Sobre todo, tuvo miedo de morirse sola, sin ver a su familia. En su casa habían quedado su compañero de 13 años, el empresario Marco Antonio Pinto, y dos hijas adolescentes de un primer matrimonio: Emilia y Colomba. La familia tuvo que guardar cuarentena porque Pinto y Colomba también se contagiaron. Al segundo día de estar internada en la UTI, Carmen Gloria Larenas comenzó a experimentar desesperación y claustrofobia. Desesperación frente a la incertidumbre, claustrofobia por sentir máscara y mangueras que le aprisionaban el rostro día y noche.
—Uno está desconectada y aislada. Es una experiencia muy especial, y en particular difícil, porque existe la incertidumbre de no saber hasta qué punto puedes empeorar. El covid tiene mucha incertidumbre. Me explicaba el equipo técnico de la clínica que es una enfermedad muy caprichosa: hay quienes van en franca mejoría, les sacan la máscara y ¡a los quince minutos empiezan a saturar poco y terminan muriéndose! Los equipos médicos no pueden dar una certidumbre que no tienen.
CON CABEZA FRÍA
Recién a los nueve días le devolvieron su celular. En su tiempo aislada pensó que esta no era su primera experiencia límite: más joven había superado un infarto cerebral durante un viaje a Inglaterra.
—El covid es una experiencia que te pone en contacto con la muerte. Y te lleva a hacer reflexiones profundas. Estas situaciones límite son siempre un llamado de atención sobre la intensidad de la vida que uno lleva y las prioridades que uno tiene. Ambas experiencias fueron parecidas, me hicieron sentir un cuestionamiento de situaciones y personas. Y la búsqueda de paz, un refugio interior.
—¿Pensó que ahora con el covid era el final?
—Tuve un momento de desesperación. Pensé en mi familia y que podía morirme. Pero el equipo médico me explicó en detalle mi evolución, eso me hizo poner mi energía en cooperar. Yo soy preguntona. Todos los días preguntaba por mis exámenes de saturación y sangre arterial. Así me tranquilizaba. (…) La emocionalidad muy a flor de piel no siento que aporte en momentos de crisis. La emoción desbordada me da la sensación de perder control, he aprendido que una cabeza fría es una ayuda. Cuatro días antes de que la dieran de alta —a fines de marzo—, esta gestora cultural fue trasladada a una habitación contigua, fuera de la UTI. Ya sin máscara, pero con una nariguera que le daba oxígeno, seguía sin respuestas definitivas. Intuía que estaba mejor porque sus papillas diarias habían sido reemplazadas por comida. Cuando salió de la clínica, no era la Carmen Gloria de siempre.
—Una experiencia que te enfrenta tan evidentemente a la muerte provoca cambios. No sales igual. Sobre todo en nosotros los occidentales, en que el tema de la muerte está escondido. En la clínica pensé en mi manera de trabajar, de abordar proyectos, en mi intensidad, mi autoexigencia, en esa ansiedad por avanzar. Fue muy profundo. El cambio también fue físico.
—Estaba muy frágil, apenas podía subir una escalera. Muscularmente el covid te deja súper débil, pierdes masa muscular. No podía subir sola una escala, me tenían que ayudar. Y eso es algo que yo desconozco porque tengo un estado físico activo, lo tuve desde que bailaba y siempre he hecho ejercicio. Cuando uno enfrenta algo así, te trae de vuelta a la humildad y a la fragilidad de la vida. La ayudó a restablecerse el apoyo de su marido, Marco Antonio Pinto:
—Me sentí muy querida. Siempre me he sentido querida por él, pero en esta crisis fue más. Y me dio mucha alegría, porque después de un año en pandemia en que muchas parejas tienen crisis, nos hemos unido más. Ha sido una experiencia enriquecedora.
—¿Ha aprendido sobre el fracaso?
—Me sentí a veces muy fracasada. Lo viví así y lo digo siempre porque cuando uno está en cargos muy expuestos, como el que tengo, todo parece muy perfecto. Pero creo importante compartir que los caminos están llenos de fracasos. Mi separación y haber dejado el ballet los viví como un fracaso. Separarme me gatilló una reflexión que me acompaña hasta hoy en mi vida personal y en el trabajo: mirar la realidad de frente, tomar el toro por las astas y abordarlo. Agrega:
—El ballet te exige mucha tolerancia a la frustración. Como bailarina, a veces me tocó hacer de lámpara, de árbol o de ratón, con capucha o máscara. Yo invitaba con mucha alegría a mis papás a verme, ¡y no sabían cuál de los ratones o árboles era yo! Sin embargo, yo sentía que lo que hacía era de máxima importancia. Eso me enseñó la humildad de ser casi invisible. El ballet me dejó esa gran enseñanza, por eso atesoro las amistades que tengo de cuando yo era invisible.
EL NUEVO MUNICIPAL
Larenas, exmiembro del Ballet de Santiago desde su niñez y experiodista, aceptó en septiembre de 2019 el desafío de convertirse en la primera mujer a cargo del teatro más importante en la historia de Chile (fundado en 1857), que hoy cuenta con 400 empleados y una deuda arrastrada de 7 mil millones de pesos. Fue una apuesta, pero incomparable con lo que se venía. Antes de poner un pie en el Municipal, se desató en octubre el estallido social y, tres meses después, la pandemia. El establecimiento quedó escindido de sus audiencias. Esta directora armó equipo como pudo y trabajó virtualmente, convirtiendo el encierro en un desafío: durante 2020, en plena cuarentena, la plataforma Municipal Delivery alcanzó doce millones de interacciones a nivel mundial. A más de un año de iniciarse la pandemia, Carmen Gloria Larenas dice que ya es hora de que su teatro se inscriba en el siglo veintiuno, la única forma en que sus espectáculos sigan siendo viables. Larenas cree que, históricamente, el Municipal se fue quedando atrás:
—Y a nosotros nos tocó actualizarnos de golpe, por el covid. El covid nos obligó a decir: ‘el piso se está moviendo así'. Las estructuras están cambiando, el mundo no volverá a ser igual. (…) Hay que mirar, junto con los trabajadores, lo que el Teatro Municipal es capaz de sostener sanamente. Revisar programaciones, cantidad de ballets, óperas y conciertos anuales, honorarios. No taparse los ojos, sino ver qué cambios hay que generar para un teatro sustentable. El gran logro de 2020, más allá de los millones de conexiones, es haber dado un paso adelante en alinear la organización en una visión sustentable del teatro, sostenible en el tiempo y con una conexión transversal con sus trabajadores.
—¿Tal vez achicar la planta?
—No necesariamente. Ver con mayor realidad los números para todas las áreas del teatro. Y saber que, tal vez, en lugar de hacer seis ballets o seis óperas al año, se podrán hacer cuatro. Los tiempos complejos siempre se encuentran con la innovación y la creatividad. Y creo que en ese minuto estamos. Seguir con piloto automático ya no se puede. Hay que mirar la realidad financiera del teatro y permitir que se renueve en contenido con sustentabilidad. Los teatros no son empresas que dejan ganancias, es así en todo el mundo.
'En la clínica pensé en mi manera de trabajar, de abordar proyectos, en mi intensidad, mi autoexigencia, en esa ansiedad por avanzar. Fue muy profundo'.
"Cuando uno enfrenta algo así, te trae de vuelta a la humildad y ala fragilidad de la vida".
Pais: Chile
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Región: Metropolitana de Santiago
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Fecha: 2021-05-18
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Tipo: Suplemento
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Página(s): 10-11-12-13
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Centimetraje: 29x81
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