Pais:   Chile
Región:   Metropolitana de Santiago
Fecha:   2021-06-20
Tipo:   Suplemento
Página(s):   3
Sección:   Suplemento
Centimetraje:   26x21

Pie de Imagen
- Ubicación. El humedal se encuentra justo donde el río Maipo desemboca en el mar, en el límite de San Antonio y Santo Domingo.

- Cambio. Antes esta zona era conocida como la playa de los pájaros o el pantanal de Santo Domingo.

- Distancia. La infraestructura está pensada para que los visitantes perturben lo menos posible a la fauna.

- Siete colores. El obvervatorio se creó inspirado en el nido de esta ave.

- Avifauna . En el santuario se pueden avistar más de 180 especies de aves.

- Variedad. En el humedal conviven varios ecosistemas diferentes.

- Otros vecinos. En este santuario de la naturaleza también es posible observar especies como quiques, zorros, güiñas y roedores nativos.
El Mercurio - Domingo
La biodiversidad que esconden las costas de SANTO DOMINGO
Pilpilenes, siete colores y otras 180 especies de aves sobrevuelan los espejos de agua que crea el río Maipo al desembocar en el mar junto a Santo Domingo, y que luego de un largo abandono, hoy están protegidos como 'santuario de la naturaleza', gracias al esfuerzo de muchos fanáticos de este humedal.
Cientos de rayos de sol de colores rosados atraviesan la oscura neblina de la vaguada costera en la playa de Santo Domingo, Región de Valparaíso. Este atardecer en el litoral central es un verdadero crisol de texturas en el cielo, y el silbido de cientos de aves acompaña la caminata como una banda sonora suave y dulce.

Por la playa, en dirección al norte, justo donde se encuentra la desembocadura del río Maipo con el mar, en el límite entre las comunas de San Antonio y Santo Domingo, se puede avistar la señalética hecha de cobre que adelanta la escena que se observa en el cielo: cientos de figuras oscuras planean en círculo sobre el mar. Es una muestra de lo que se puede experimentar aquí, en el humedal del río Maipo, un santuario de la naturaleza en pleno litoral, que aparece como una mancha verde en el camino, o como un escenario cubierto por molles, vautros y maitenes.

A la entrada del santuario llegamos un día de junio para recorrer más detalladamente esta zona recién 'estrenada' formalmente en julio de 2020. Sobre la arena, y a pocos kilómetros del mar, se emplazaban —impecables— las estructuras de fierro y madera que la Fundación Cosmos (dedicada a proyectos de conservación), junto a la Municipalidad de Santo Domingo, construyó desde 2018 para repotenciar este sitio a partir de lo que fue históricamente: un hot spot de vida natural, formado por ecosistemas diversos, como el bosque esclerófilo, los pajonales o las dunas.

Solo quedaba empezar a caminar.

Rodeado por un rico jardín de especies del secano costero, y de pie junto a la estructura de madera y containers que se ubica a la entrada del santuario, Diego Urrejola, biólogo y director de la Fundación Cosmos, nos recibía para recorrer juntos los senderos.

A tres años de comenzar la intervención en este sitio, el biólogo cuenta que el trabajo en sí ha sido todo un desafío para la fundación. 'El crear un bien público, recuperar este espacio para la comunidad y conservar uno de los sistemas más ricos en biodiversidad de la zona, donde se pueden visualizar más de 180 especies de aves y variada fauna nativa, ha sido una larga tarea', dijo. Y explica que antes la gente apenas conocía la zona, o no sabían lo que era un humedal. Además, el río traía mucha basura. Por las corrientes, el mar acarreaba mucho plástico.

'Entonces tuvimos primero que poner el santuario en el mapa. Que la gente sepa que existe, que lo conozcan', dijo Urrejola. 'Después hubo que hacer todo un trabajo comunitario para que este lugar de conservación se convirtiera en un sitio de la comunidad, y para que la gente lo aprecie. Y después ha estado el trabajo de involucrar a las personas: que sepan que esto también es de ellos', agregó mientras avanzábamos por una pasarela de madera que miraba a lo lejos hacia el río.

Entre medio podían verse grandes zonas de pajonales húmedos y, rodeando el sendero de madera, había cientos de árboles bajitos de color verde claro. Era solo el comienzo.

Antiguo pantano

Caminando por la larga pasarela pensada para crear un acceso universal al humedal, se pueden ver algunos pájaros chiquitos y negros, que saltan entre los arbustos. Posiblemente son triles, que van de una rama a otra. Mientras que en los costados del sendero, sobre una baranda, señaléticas inspiradas en la ilustración botánica clásica van explicando el entorno: hablan de garzas, siete colores o pilpilenes; de su distribución y de su fisonomía.

Aunque esta zona fue siempre rica en biodiversidad, por sus características geográficas, Diego Urrejola dice que fue recién en 2002 que la Municipalidad de Santo Domingo pensó en destinar estas 40 hectáreas de terrenos municipales para un parque. Antes era un depósito de ramas, donde terminaban restos de podas y escombros de la ciudad.

'La gente conocía esto como un pantano, la playa de los pájaros o como el patio trasero de Santo Domingo. El río también traía mucha basura que, junto a las corrientes marinas, la acumulaba con la basura que ya había en el mar. La gente venía a cazar aves nativas; los agricultores traían su ganado a pastar al humedal', dice Urrejola.

A pesar de las voluntades en torno a la protección del sitio, el proyecto permaneció dormido hasta 2012, cuando la idea volvió a instalarse y se creó por primera vez un cuerpo de guardaparques del humedal río Maipo un año después. Y al siguiente, la Municipalidad de Santo Domingo contactó a la Fundación Cosmos para generar infraestructura. Así comenzó a gestarse lo que hoy vemos.

'Se creó una alianza público-privada que finalmente se comenzó a trabajar en 2018, cuando nos piden que nos hagamos cargo y se nos entrega este lugar. Antes había una pequeña infraestructura para observar aves desde la playa y un sendero de dunas que con los años se lo llevaron las marejadas', dice Urrejola.

Comenzaron de esta forma las primeras limpiezas de playa y la reforestación con árboles nativos en la zona donde había restos de ramas que databan de los años 80.

Hoy, en uno de los dos senderos del santuario aún se ven 'paredes' de uno o dos metros de ramas apiladas. La fundación quiso dejarlas como testigos del depósito de escombros que solía haber en el lugar.

Además, dice Urrejola, la protección estatal del sitio llegó rápidamente cuando comenzaron a trabajar. En 2019 se levantó un expediente para convertirlo en santuario de la naturaleza, dado que el del río Maipo forma parte de una gran red de humedales de la zona central. 'Se comunica con la Reserva Nacional El Yali, con el estero Tricao, con la laguna El Peral, con la laguna Cartagena y con el estero Maitenlahue, que están entre Tunquén y Rapel. Siendo este el más importante', dice el biólogo. Y luego explica que Chile comenzó un plan nacional de humedales en 2018, para proteger la mayor cantidad de ellos. La fundación y la municipalidad aprovecharon la oportunidad, y ya en julio del año pasado tenían el decreto que los convertía oficialmente en sitio protegido.

A pesar de los avances en cuanto a infraestructura y a los resguardos (lo que queda a la vista a lo largo de la caminata: no hay absolutamente nada de basura), aún el santuario es un sitio que enfrenta problemas. Primero, residuos agrícolas que llegan a través del río Maipo. La urbanización también le ha quitado espacio silvestre a este lugar. Y además está la expansión portuaria.

Por eso, la declaratoria de santuario fue esencial: 'Cuando hay lugares resguardados por el Estado, la ciudadanía se involucra. Es distinto que la municipalidad tenga un parque a que haya una zona resguardada oficialmente. Hay una especie de orgullo de que exista y las personas se comportan de otra forma dentro de los límites del humedal', cree Urrejola.

Crisol de avifauna

El sol se esconde a medida que caminamos cerca del fin del tramo de madera. A lo lejos, sobre el río, se ven cientos de aves blancas y de colores. Mucho más allá, donde comienza un sendero de arena, se ve una gran y moderna estructura de madera y fierro. 'Es el observatorio siete colores', dice Diego Urrejola. Los arquitectos, explica, crearon esta construcción imitando el nido que este pajarito hace colgado de los juncos. 'Por eso está levemente inclinado y tiene ranuras que imitan la paja', dice.

Por dentro tiene una escalera caracol que permite subir unos tres metros, y tener una vista increíble de todas las aves del río y de los pajonales. 'La idea es que la infraestructura y los visitantes perturben lo menos posible a la fauna. Aquí todo está hecho para que exista una distancia entre la vida silvestre y las personas. Así no cambiamos las costumbres de estas especies', explicaba Urrejola mientras mirábamos las aves desde lo alto del observatorio.

Además, dice, el santuario alberga varios ecosistemas que coexisten. Hábitats como la orilla del río o la zona más húmeda. También un área de grandes juncos café o pajonales, que están con agua bajita todo el año. Luego está la laguna, el bosque esclerófilo con sus molles, boldos y árboles de hoja dura. Y el matorral dunario que tiene otra vegetación, con especies como el coralillo, el chocho o el pingo pingo. Los campos dunares y, claro está, la zona de la playa. 'Esto es lo que hace tan rico a este lugar, y que haya tanta diversidad de aves y mamíferos'.

Según Urrejola, de las más de 180 especies de aves que aquí se han avistado, el 94 por ciento son endémicas de Chile. Se ven ejemplares de gaviota de Cáhuil, de becacina pintada, de colegiales, de dormilona tontita, de perrito, tagua, siete colores, pilpilén o pato jergón. Además de los mamíferos silvestres que también forman parte de este ecosistema, como el zorro chilla, el quique, las güiñas y los roedores como el coipo, y también hay peces, reptiles y anfibios.

Cuando abandonamos la zona de senderos de madera y caminamos con rumbo a la playa, comenzamos a internarnos por una huella angosta de arena. El camino está delimitado solo por unas cuerdas y en la ruta es fácil sentir cómo los aromas de la vegetación van cambiando de zonas más frescas a otras con olores más penetrantes. Este cambio se siente, sobre todo, al pasar por un pequeño bosque de miosporos, y luego, al atravesar el matorral dunario.

El administrador del santuario, Werner Haltenhoff, explica que el sendero se creó siguiendo la huella que había entremedio de la vegetación. 'Gracias a la ayuda del botánico Javier Arancibia, comenzamos a identificar las especies y comprender cómo interactúan la flora y la fauna', dice.

Urrejola agrega que los arquitectos se inspiraron en las culturas originarias que habitaron esta zona y en el medio ambiente para crear la infraestructura. 'Este lugar fue habitado por pueblos originarios. Los humedales son tan ricos productivamente que siempre hay mucho alimento y en esta zona, por ejemplo, hay muchos vestigios de las culturas Aconcagua, Bato y Llolleo'. Por eso, una de las plazas que hicieron acá fue bautizada en homenaje a ellos.

Luego de llegar a playa, pasamos por un antiguo observatorio de aves y tomamos la ruta que sigue el curso del río. Entre los inmensos pajonales se sienten los sonidos diversos de cientos de aves. A solo unos metros está el Maipo y en el cielo se pueden ver bandadas que planean contra las nubes.

El sol prácticamente ya se escondió, pero las aves insisten en volar hacia un horizonte que se está oscureciendo.

Hacia el final del circuito, Diego Urrejola dice que, a tres años de comenzar los trabajos, la pandemia ha ayudado a pensar cómo podría ser un proyecto de conservación aquí. 'Las cuarentenas hicieron que tuviéramos que cerrar. Al haber menos gente, llegaron más animales. Y al estar menos perturbado, también han llegado más aves', dice.

Además, gracias a la declaración de santuario, hubo tres acciones nocivas que desaparecieron: los kitesurfers dejaron de ocupar la laguna de las aves, se dejó de traer ganado, y la zona del santuario quedó resguardada de la caza.

Hoy, aunque este lugar está muy amenazado por el cambio climático, este ecosistema ha resistido los años y eventualidades.

Según Urrejola, los ecosistemas son resilientes a los factores del tiempo, se adaptan porque los cambios naturales suelen ser graduales. Son los cambios drásticos que hacemos los humanos en el uso del suelo o en infraestructura los que pueden generar daños.

'No podemos controlar la sequía, pero sí podemos trabajar por que la poca agua que hay llegue de mejor calidad. Trabajando con las sanitarias y con los agricultores', dice Urrejola.

Añade que por estos días el santuario está liderando un proyecto de ciencia ciudadana que busca estudiar cuánto CO2 es capaz de absorber el humedal. 'Existe un saber local maravilloso y es importante integrar a la gente en proyectos medioambientales. Conocer su experiencia o los beneficios que les entrega la naturaleza, puede generar grandes cambios ecológicos y también, en las conductas de las personas con los espacios silvestres'.
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Marcela Saavedra Araya-