Hoy muchas empresas y emprendimientos dependen de las redes sociales. Instagram se ha convertido en la plataforma de venta en línea más exitosa, lo que ha derivado en que la gente esté migrando de Facebook a esta, que es un marketplace: un lugar donde se vende, se comercia y, por eso, es tan importante que funcione. Lo mismo ocurre con WhatsApp, que se requiere que esté operativa para confirmar las transacciones, incluso hay programas que corren sobre esta aplicación para que pequeños comercios digitales puedan funcionar. Este fue el efecto que más preocupó tras la caída, por más de cinco horas, de las plataformas a nivel global.

Esta caída, nos da una señal de alerta y alarma, porque ha afectado a nuestro sistema de economía digital que tiene millones de personas en el mundo que dependen de él y, por eso, necesitamos que sea robusto, resiliente y estable, para que, en caso de algún incidente, pueda partir nuevamente.

No sabemos qué fue lo que pasó. No sabemos si fue un error de alguna persona que dejó desconectadas las direcciones electrónicas, los DNS o si se produjo un ataque que perfectamente pudo haber sido una represalia de algún grupo (no de los que conocemos), para demostrarle a este gigante de los datos que no puede usarlos 'a piacere'.

¿Qué es lo que las personas esperan? Muy simple: que los datos personales, aquellos que uno entrega a una empresa, sean usados para un fin específico, consentido por la persona, pero no para otro.

Si las empresas usan esos datos para otras cosas, tienen acceso a todos los movimientos y transacciones de los usuarios. De esta forma, se produce una vigilancia indebida y, por eso, las personas reciben, algunas veces, contenidos que hacen cuestionar su procedencia y para qué fueron enviados. Probablemente se produjeron cruzando información entre varias entidades.

Tener protección de datos personales es un derecho garantizado en nuestra Constitución, que tiene que ser resguardado por una nueva Agencia de Protección de Datos Personales, y es ahí donde comienza la ciberseguridad, la cual incluye las infraestructuras críticas de la información, a fin de que no se caigan las redes y los sistemas sigan funcionando.

El mes de la ciberseguridad —que está en su cuarto año— es el que tenemos en octubre, y Chile es el primer país en Latinoamérica que lo ha implementado, siguiendo la experiencia europea, ya que quiere poner estos temas en relevancia y en código simple, para que sean los ciudadanos los que le tomen el pulso a su propia seguridad digital, que parte por algo tan simple: nuestro teléfono.

La ciberseguridad dejó de ser algo que se ve en las películas, como una cosa extraña. Se trata de proteger nuestra vida digital, que depende esencialmente de todos estos sistemas en red, de los routers, WiFi, enlaces de banda ancha o de fibra óptica. Depende de todas las plataformas distribuidas por el mundo y también de las nubes y los centros de datos donde se almacena la información. Si algo les ocurre, todos se pueden caer.

Chile debe tener, entonces, cierta autonomía y soberanía digital, pero, fundamentalmente, una autoridad nacional de ciberseguridad que permita coordinar todos los esfuerzos nacionales, y ese es uno de los proyectos de ley que esperamos que ingrese muy pronto al Senado: la nueva Ley de Gobernanza en Ciberseguridad y de Protección de la Infraestructura Crítica de la Información.

Desde Valparaíso, este año esperamos que, a través de la ley de presupuesto, se establezca el Instituto Nacional de Ciberseguridad (Inciber), el cual permitirá dirigir esta investigación avanzada, así como detectar y potenciar los talentos, porque necesitamos mucha capacidad de hombres y mujeres. Enfrentamos una brecha de género gigantesca en este sector, lo que debe cambiar.

Valparaíso puede ser este centro de ciberdesarrollo y estamos trabajando en ello con varias experiencias exitosas.