Pais: Chile
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Región: Metropolitana de Santiago
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Fecha: 2021-10-29
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Tipo: Prensa Escrita
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Página(s): A3
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Sección: Opinión - Columna de Opinión
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Centimetraje: 20x10
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Durante el semestre pasado, menos del 20% de los estudiantes tuvo la posibilidad de ir a clases presenciales y, de ellos, menos de la mitad asistió.
La historia reciente de las escuelas chilenas está plagada de crisis y cierres. La escuela de Ana (así la llamaremos), la única en el pueblo del litoral donde vive con su madre, paralizó actividades en noviembre de 2019, durante la crisis social. Luego vino la pandemia, durante la cual recibió educación a través de algunas llamadas de sus docentes. No hubo Simce ni posibilidad de detectar su nivel de atraso para que se pudiera invertir en estrategias de recuperación. Este año la situación apenas mejoró a 4 horas semanales de clases online. Luego, a pesar de la baja en los contagios, no hubo vuelta presencial.
Este octubre, finalmente, su escuela se unió al cerca del 75% de la matrícula municipal con posibilidades de clases presenciales. Para Ana, estas fueron de dos horas, dos días a la semana. Con tanta interrupción, pierde tiempo clave para el desarrollo de habilidades para su vida y un futuro que será complejo. La madre de Ana decidió no seguir esperando. La llevará a vivir con su padre a la capital para mejorar sus oportunidades educativas.
La tragedia de Ana, desplazada de la educación municipal, no es única. Los cierres temporales de colegios, ya sea por tomas, paros o crisis como la pandemia, han causado la fuga de cientos de estudiantes. En Estados Unidos, las escuelas públicas que no abrieron durante la pandemia perdieron 300 mil estudiantes. Si bien el fenómeno es mundial, en Chile esto se suma a sus numerosos cierres anteriores. Recordemos las manifestaciones del 2011, por ejemplo, cuando las escuelas cerradas por paros perdieron 35% más de estudiantes que lo normal, y muchos nunca volvieron al sistema. Esta vez, las cifras pueden ser peores.
Durante el semestre pasado, menos del 20% de los estudiantes del país tuvo la posibilidad de ir a clases presenciales y, de ellos, menos de la mitad asistió. Hoy, con casi todos los establecimientos abiertos —aunque en turnos y jornadas reducidas—, solo un poco más de la mitad de la matrícula nacional fue al menos un día en el mes. Las distintas dimensiones del proceso de aprendizaje y desarrollo requieren movilizar y motivar a las familias a enviar a sus hijos a clases y, en las salas de clases con total vacunación, aumentar la capacidad autorizada para recibir más estudiantes. Mientras en el Congreso se discute cómo agregar burocracia a las escuelas, las niñas, niños y jóvenes de nuestro país siguen esperando que les pongamos atención a sus urgencias del presente.
Nex Prensa Escrita
Durante el semestre pasado, menos del 20% de los estudiantes tuvo la posibilidad de ir a clases presenciales y, de ellos, menos de la mitad asistió.
La historia reciente de las escuelas chilenas está plagada de crisis y cierres. La escuela de Ana (así la llamaremos), la única en el pueblo del litoral donde vive con su madre, paralizó actividades en noviembre de 2019, durante la crisis social. Luego vino la pandemia, durante la cual recibió educación a través de algunas llamadas de sus docentes. No hubo Simce ni posibilidad de detectar su nivel de atraso para que se pudiera invertir en estrategias de recuperación. Este año la situación apenas mejoró a 4 horas semanales de clases online. Luego, a pesar de la baja en los contagios, no hubo vuelta presencial.
Este octubre, finalmente, su escuela se unió al cerca del 75% de la matrícula municipal con posibilidades de clases presenciales. Para Ana, estas fueron de dos horas, dos días a la semana. Con tanta interrupción, pierde tiempo clave para el desarrollo de habilidades para su vida y un futuro que será complejo. La madre de Ana decidió no seguir esperando. La llevará a vivir con su padre a la capital para mejorar sus oportunidades educativas.
La tragedia de Ana, desplazada de la educación municipal, no es única. Los cierres temporales de colegios, ya sea por tomas, paros o crisis como la pandemia, han causado la fuga de cientos de estudiantes. En Estados Unidos, las escuelas públicas que no abrieron durante la pandemia perdieron 300 mil estudiantes. Si bien el fenómeno es mundial, en Chile esto se suma a sus numerosos cierres anteriores. Recordemos las manifestaciones del 2011, por ejemplo, cuando las escuelas cerradas por paros perdieron 35% más de estudiantes que lo normal, y muchos nunca volvieron al sistema. Esta vez, las cifras pueden ser peores.
Durante el semestre pasado, menos del 20% de los estudiantes del país tuvo la posibilidad de ir a clases presenciales y, de ellos, menos de la mitad asistió. Hoy, con casi todos los establecimientos abiertos —aunque en turnos y jornadas reducidas—, solo un poco más de la mitad de la matrícula nacional fue al menos un día en el mes. Las distintas dimensiones del proceso de aprendizaje y desarrollo requieren movilizar y motivar a las familias a enviar a sus hijos a clases y, en las salas de clases con total vacunación, aumentar la capacidad autorizada para recibir más estudiantes. Mientras en el Congreso se discute cómo agregar burocracia a las escuelas, las niñas, niños y jóvenes de nuestro país siguen esperando que les pongamos atención a sus urgencias del presente.
Pais: Chile
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Región: Metropolitana de Santiago
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Fecha: 2021-10-29
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Tipo: Prensa Escrita
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Página(s): A3
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Sección: Opinión - Columna de Opinión
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Centimetraje: 20x10
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